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Núria Güell, en el DA2, el centro de arte contemporáneo de Salamanca. CUESTA
Núria Güell: “Con mi obra me interpelo a mí misma”

Núria Güell: “Con mi obra me interpelo a mí misma”

La obra de la artista se puede visitar en el ciclo ‘visiones contemporáneas’ del DA2

Domingo, 22 de diciembre 2019, 20:16

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Hasta el 23 de febrero se puede ver en el DA2 de Salamanca el ciclo que Visiones Contemporáneas, comisariado por Natalia y Enrique Piñuel de Playtime Audiovisuales, dedica a Núrial Güell.

–¿Se considera una artista-activista?

–Me siento más artista que activista, teniendo en cuenta que la práctica artística, en tanto práctica pública, es siempre política. A veces, el activismo se inscribe en una esfera ideológica parecida a la de la militancia en partidos políticos: una se debe al partido, obedece al partido. La práctica artística me permite cuestionar y sospechar de cualquier verdad que se quiera imponer, y en ese ámbito es en el que me siento más libre. Según lo que me cuenta mi madre, desde niña me he rebelado contra cualquier tipo de autoridad, posición que, con el paso de los años, se ha expresado en la subversión de ciertas normas, creencias o dispositivos. Desde el campo visual y la acción, en mi práctica artística, y desde la conducta, en mi vida privada. En mi caso, la subversión no es una finalidad sino una consecuencia.

–Combina la realidad con los proyectos artísticos. ¿Qué mensajes quiere mandar?

–Pretendo interpelarme a mí misma. Cada proyecto se me presenta como una oportunidad para repensarme y ponerme en cuestión, de manera que al finalizar el proyecto no sea la misma que cuando lo empecé. Eso sería lo deseable, pero no siempre lo consigo. Y al espectador me gustaría ofrecerle lo mismo: que la obra le interpele a cuestionarse a sí mismo y las estructuras sociales que hemos naturalizado, pero que responden a construcciones políticas o culturales y que, por tanto, son susceptibles de deconstrucción. En ese sentido no pretendo “mandar mensajes”, a eso ya se dedica la publicidad o la propaganda.

–¿Aspira a hacer un arte útil?

–Lo que veo más útil es afectar a la intimidad del individuo. Y también es lo que veo más político. Por la esfera pública corre mucho discurso grandilocuente que no se ve correspondido en el ámbito personal o en las políticas de lo íntimo. Y es en la intimidad donde empieza lo político.

–Fue a estudiar a La Habana y acabó casada con Yordanis, pero solo para darle la nacionalidad española.

–Viví en La Habana durante tres años. En una ocasión vinieron mis padres a visitarme y fuimos a cenar a un restaurante para turistas. Allí vi a muchos hombres de edad avanzada cenando con niñas menores de edad: ellos eran turistas y ellas nacionales. Ellos, para conseguir las citas, usaban o abusaban del poder que les otorgaba su pasaporte. Al día siguiente me levanté y le dije a mi novio de entonces: me voy a casar, pero no será contigo. Y empecé el proyecto “Ayuda Humanitaria”, en el cual me ofrecí como esposa al cubano que me escribiera “la carta de amor más bonita del mundo”, pagándole los gastos de la boda, el pasaje a España y todos los trámites para obtener la nacionalidad española. Esta oferta iba dirigida a los cubanos interesados en emigrar. Un jurado compuesto por tres prostitutas cubanas hizo la selección de la carta ganadora, de mi futuro esposo. Siguiendo las condiciones interesadas que se aplican habitualmente en la ayuda humanitaria, en las bases exigí al seleccionado estar a mi disposición para cualquier demanda durante el tiempo que durara nuestro matrimonio. Una vez adquirida la nacionalidad, nos divorciamos tal y como dictaban las bases. En el caso de venta de la obra, dividiremos las ganancias a partes iguales.

–Ha puesto el foco en el turismo sexual y en la explotación sexual infantil

–Me invitaron a realizar un proyecto en Medellín en relación a la violencia sobre el cuerpo femenino. Cuando viajamos a Medellín a investigar para poder pensar un proyecto apropiado, al curador le ofrecieron comprar niñas vírgenes a través de un catalogo de venta de virginidades. Allí empezó “La Feria de las Flores”. Consistió en organizar y realizar una serie de visitas guiadas a través de las obras de Fernando Botero, expuestas en la colección permanente del Museo de Antioquia, el museo que me invitó. La particularidad de estas visitas es que se llevaron a cabo por menores de edad (entre 12 y 17 años) que habían sido explotadas por el creciente negocio del turismo sexual en Medellín. Estas atípicas guías de arte moderno se apoyaron en sus experiencias personales en torno a la explotación sexual infantil y evidenciaban la cosificación del cuerpo femenino. Más allá de hacer visible aquello que como sociedad nos negamos a ver, me interesaba realizar una revisión crítica de la mirada patriarcal y sexista dominante en la Historia del Arte.

–¿Cómo se ganó la confianza de las protagonistas de “La Feria de las Flores”?

–No intento ganarme la confianza de mis cómplices. Mi metodología consiste en ser muy clara de antemano con las intenciones del proyecto, con mi posición política y las condiciones de producción. Si el proceso termina en un sí por ambas partes, ya luego todo fluye. La confianza y la complicidad entre las partes son la base para que estos proyectos funcionen bien, pero no se trata de convencer ni de empujar a nadie: la confianza tiene que ser mutua.

–Cuando quiso ser madre, le pidió a un museo valenciano que asumiera los gastos de su Seguridad Social.

–Me invitaron a hacer un proyecto sobre la burocracia y decidí centrarme en el contrato laboral que el propio museo ofrecía a los artistas participantes. Y sí, le pedí que destinase el dinero de producción al pago de las cuotas de mi seguridad social durante siete meses, los mínimos requeridos por el Gobierno español para poder cobrar las prestaciones de baja por maternidad.

Con la ayuda de un abogado, elaboré una cláusula modelo -que cualquier artista puede incorporar en sus contratos.-En “Afrodita” reflexionaba sobre lo legislado, lo cual no siempre encarna lo justo, lo singular o lo urgente. En España, los artistas visuales no tienen régimen especial, algo que me parece sintomático de la indiferencia de la legislación y el menosprecio de la administración pública hacia nuestras especificidades laborales. Aunque habitualmente trabajamos para instituciones públicas ocupamos agendas y centros culturales inmersos en una precariedad multicolor: inestabilidad laboral, precariedad salarial y des-regularización de los derechos laborales; un listado de precariedades que se amplía en el caso de que seas mujer y quieras ser madre. También me interesaba hacer patente el cinismo en el que todos estamos inmersos: lo bien que funciona la representación del cuerpo femenino en los museos y en los templos y lo incomodo que este pude ser para el sector de las industrias culturales. Todo muy bonito en cuanto a la imagen pública se refiere.

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