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Las Navidades de la infancia son las más ilusionantes y las que marcan de por vida. Por eso cuando a alguien se le pregunta cuál fue su celebración preferida siempre echa mano del recuerdo. También es el caso del alcalde de Salamanca, Carlos García Carbayo, para el que las fiestas más entrañables además de desarrollarse en su niñez, fueron una mezcla de tradiciones y gastronomía, sobre todo esto último.
«Recuerdo el soberbio consomé que preparaba mi madre», evoca el primer edil, para el que la tarta de manzana de su progenitora era «insuperable». Este postre era la seña de identidad del hogar de aquellas Navidades en la casa de los Carbayo, tanto que, según recuerda, a veces la regalaba a familiares y amigos.
«Estaba tan rica, que todavía se acuerdan de ella», confiesa. No es que fuera una costumbre, pero en casa de los Carbayo algunos años se celebró el Año Nuevo de una forma muy internacional. «También en alguna ocasión quedábamos al día siguiente de Nochevieja con alguna familia portuguesa con la que habíamos coincidido en el cotillón de El Regio», explica, de lo que se desprende que la bienvenida del Año Nuevo se hacía fuera de casa en las celebraciones más entrañables del primer edil.
Curiosamente el primer día del año Carlos García Carbayo tenía una cita obligada con la televisión nada más levantarse para ver los saltos de esquí, retransmisión que dejó de emitirse en el año 2011 en Televisión Española después de medio siglo en antena abriendo la parrilla de la cadena pública.
Como todos los niños de la época, en la que la americanada de Papá Noel aún no había impuesto su dictadura en España, desde que comenzaba el año «todo era esperar a los Reyes Magos». El alcalde rememora cómo descontaba los días esperando la llegada de Sus Majestades a casa en la mágica noche del 5 de enero, deseando saber qué regalo le iban a traer.
Carbayo confiesa que cumplía con la tradición de dejarle algo de comer y de beber a Melchor, Gaspar y Baltasar para que repusieran fuerzas antes de marchar a visitar las casas de otros niños. «Les dejábamos una copita de anís, que imagino que sería más bien agua, y unas pastitas para darles la bienvenida», sostiene, obsequios que implícitamente pretendían convencer a Sus Majestades para que ese año depositaran más regalos, si eso era posible.
El alcalde de Salamanca se acuerda de aquellas mañanas de enorme ilusión en las que al levantarse todavía se podía sentir la estela de magia de los Reyes, con pruebas evidentes de que habían estado en su casa ya que, «por supuesto», se comían todo lo que le habían dejado para que sobrellevaran mejor las gélidas noches de reparto por la capital del Tormes.
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