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Jueves, 12 de mayo 2022, 14:14
Miguel Elías presentará su “Cuaderno de Apuntes de Mientras dure la guerra” el 24 de mayo en el Liceo. El artista, que en su papel del capitán Barros abre la película de Alejandro Amenábar, rodada en parte en Salamanca, depositará esta maravillosa pieza ... en la Casa-Museo Unamuno.
–Dedico el “Cuaderno” “A mi querida hija Paula. Gracias a su insistencia en participar en el casting disfruté de esta experiencia”. A mi mujer le dieron hora en la peluquería y fui yo a acompañarla. Y estando en la cola para las pruebas, pasaba un chico para que los aspirantes rellenaran un papel. Mi hija, que ahora tiene 20 años, ya lo tenía escrito: en el instituto era del grupo de teatro y se presentaron todos a las pruebas. Y el chico que pasaba con los papeles, me dijo: “¿Y tú?”. Y yo contesté: “Soy pintor y profesor de la Universidad. Ni soy actor ni quiero serlo”.
–Aquel chico se me quedó mirando y me dijo: “¿Eres pintor de Bellas Artes? Preséntate”. Y yo le respondí: “No he hecho teatro ni en el colegio”. Éramos de los últimos que quedaban en la prueba y aquel chico, dijo: “Oye, hacedle a este la foto también”. Y entre mi hija y él escribieron mis datos.
–Y le llamaron, claro.
–No había pasado ni una semana y me llamaron un día de la productora para que me viera en Salamanca con la directora de casting y con Alejandro Amenábar. Y aquella tarde quedamos en un café. Amenábar me pareció muy tímido; llevaba una cámara pequeñita y dijo: “¿Puedo grabar?”. Más tarde, me dieron un papel para leer. Y la jefa de casting, dijo: “Léelo como si fueras el puto amo de Salamanca”. Eran los artículos de la declaración del estado de guerra. Y a los dos días me llamaron de Cornejo, que venían a Salamanca a tomar medidas para los trajes.
–¿Se enteró de que iba a participar en la película por una llamada de la sastrería?
–Efectivamente. Y a continuación me llamaron para enviarme el contrato. Yo pregunté si era de extra y me dijeron que no, que era un contrato de actor. También me mandaron el guion, que luego se cortó.
–¡Qué buena experiencia!
–Fue una gran experiencia. En mis clases de instituto en Burgos siempre citaba a Amenábar cómo ejemplo de cineasta que narraba fenomenalmente bien con imágenes. Y luego se lo comenté: que ponía su película “Tesis” a los chavales de la ESO.
–Amenábar vio el “Cuaderno”.
–Y se quedó con la copla.
–¿Es un trabajo premeditado?
–Sí. Llevaba el “Cuaderno” siempre, menos el primer día del rodaje. Aprendí muchísimo. Me interesa mucho la imagen, veo mucho cine, pero nunca había visto el cine “por dentro”. Me fascinó el vestuario: entré en una habitación y me quedé flipadísimo: solo en hilos había una gama de colores mejor que la de cualquier pintor. Para mí todo era nuevo: había un asesor histórico, un asesor de armas: nosotros llevábamos armas de verdad... Amenábar es tan exhaustivo en todo: el arma tenía que caer con su peso, la gorra militar debía llevarse de lado, en vez de frente... tenían fotos de época.
–Cuando estaba ya con el megáfono ¿repitió muchas veces la escena?
–Muchísimas. Empezamos a las 7 de la mañana; a las 11 paramos a tomar un bocadillo y dijeron que solo habían tomado puntos de vista. Veíamos en una mesa de mezclas los cuatro lados de la Plaza con las dos cámaras de los balcones, dos drones en el aire, una cámara de raíl, otra lateral y otra central en el arco conforme se entra por donde estaba “Paulino”.
–Usted es muy buen retratista. Y su estilo es muy reconocible.
–He pintado doscientos y pico retratos de poetas iberoamericanos. Y también retratos particulares. Siempre preparo un fondo amarillo con pigmento natural y sobre ese fondo me gusta ir dibujando con un violeta que también mezclo yo con pigmento natural.
–¿Miguel de Unamuno puede ser el personaje que más veces ha retratado?
–Puede que Unamuno sea el personaje que más veces he pintado. Hay un retrato en el Ayuntamiento, que fue muy bien acogido por Alfonso Fernández Mañueco cuando era alcalde. Hay otro Unamuno en la Biblioteca Francisco Vitoria del Campus Unamuno, otro depositado en la Casa-Museo Unamuno, y otro en mi despacho en el campus de Zamora.
–¿Qué hace cuando retrata a personas vivas?
–Me gusta intimar, hablar, con la persona que vas a retratar. También me gusta dibujar al retratado para ver con qué expresión se siente más identificado. Que vengan a posar al estudio para darle más vida que cuando se parte de una fotografía. Creo que las expresiones de mis retratados son muy naturales.
–También tiene retratos en la sede del PSOE.
–Enrique Cabero me encargó para la sede un retrato de Jaime Vera: no existía ninguno. Solo había fotografías donde estaba muy desenfocado. Se rastrearon periódicos y revistas, pero Jaime Vera murió en 1918 y de la mejor foto que se encontró, pinté el retrato. Y de Pablo Iglesias Posse fue más sencillo porque hay más imágenes.
–Es alicantino. ¿Cómo acabó Miguel Elías en Salamanca?
–Con 11 años yo pintaba y dibujaba. Tenía maestros buenísimos, como Gastón Castelló y Pérez Gil. Solicité una beca de la Diputación de Alicante. Gané aquella beca del año de la polca y obligatoriamente había que cursar estudios de arte a más de 600 kilómetros del lugar de donde te la concedían, contar con un tutor y enviar obra a la Diputación cada cierto tiempo. ¿Dónde había Bellas Artes entonces? En Sevilla, Bilbao y Madrid (que no cumplía los requisitos de distancia). En Salamanca iban a poner Bellas Artes y estaba aquí el arqueólogo de la Diputación, el padre Belda, que fue mi tutor. Y me vine a Salamanca: hice el bachillerato y COU en el Torres Villarroel mientras cursaba estudios de arte en la Escuela de la calle Filiberto Villalobos, con un plantel de profesores de los que aprendí todo lo que sé de técnica. Y cuando cursé Bellas Artes en Salamanca, continué disfrutando de la beca.
–¿Pintaba desde niño?
–Con siete años pinté mi primer cuadro al óleo. Siempre he querido ser pintor. Llevaba los bolsillos con carboncillos y pintaba en los portales cuando iba a buscar a mis amigos. Dibujaba y pintaba de manera compulsiva. En el colegio quería que me echaran de clase para dibujar en el pasillo. Y Gastón Castelló me metió en vena llevar siempre un cuaderno para pintar. En una ocasión perdí 81 cuadernos en unas inundaciones y estuve dos días sin hablar.
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