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Otro histórico comercio del centro de Salamanca bajará la trapa en las próximas semanas. En este caso, la sombrerería El Bombín, que iba camino de cumplir 40 años de funcionamiento y que se ha marcado como fecha límite, finales de noviembre. Cierra por dos razones: «Porque el negocio está muy mal, las cuentas no salen y por motivos personales».
Situado en la calle Franciscas, frente a la antigua bolera, El Bombín comenzó su andadura en 1986. Desde entonces ha vestido las cabezas de todo tipo de generaciones. En 2020, en plena pandemia de la covid, Tamara -la actual dueña- decidió tomar el relevo de un negocio familiar -de su tío- pero reconoce que han sido años complicados.
«Cerraremos en noviembre, a finales», avanza apenada Tamara que confiesa que no pudo contener las lágrimas según colocaba en el escaparte el cartel del cierre. «Ahora mismo, según hablo contigo, me estoy emocionando, pero es lo que hay», se resigna.
El pequeño comercio encuentra todo tipo de problema y en un sector tan concreto como el del sombrero, siente que no pueden competir contra los Marketplace en internet. «La cosa está mal, pero tampoco te ayudan las administraciones. Ahora nos dicen que tenemos que cambiar el rótulo y eso también es un dinero que no siempre ganas. ¿Se venden sombreros? Pues se venden, pero está claro que no tanto como antes. Desde luego que hemos notado el bajón desde hace dos años. La gente entra en la tienda, se lo prueba, te dice que se lo va a pensar y se marcha para comprarlo por internet», lamenta.
El anuncio es de liquidación por cierre. Tamara -indica- no ha pensado en un traspaso que pueda mantener vivo un negocio con tanta solera, pero tiene claro que no será ella. «Me atreví con la sombrerería porque era el negocio de mi tío. No te sabría decir cuál fue la mejor época del sombrero, pero a mis tíos siempre les fue bien. Yo ya tengo que parar. Es un trabajo duro, de mañana y de tarde, y no le ves rendimiento», apunta.
Desde que anunció el cierre todos los días tiene que contenerse las lágrimas, pero la decisión es firme: «A mí me da mucha pena. A la gente que pasa por aquí también me dice que son clientes de toda la vida, que les da pena… Pero de la pena no se vive», sentencia.
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