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Poco queda ya en las calles de Salamanca de la esencia del comercio de siempre. Los vendedores pregonando sus mercancías y los clientes buscando las oportunidades son prácticamente ya recuerdos del pasado. Los mercadillos callejeros son actividades en serio riesgo de extinción, pero rebuscando en los archivos gráficos, se encuentran retazos de la pujante actividad que siempre tuvo la actividad comercial en la calle hasta, digamos, anteayer.
El actual Mercado Central ocupó desde 1909 el emplazamiento donde habitualmente se reunían los mercaderes a ofrecer sus productos. Tras la construcción de la Plaza Mayor, la antogua gran plaza de San Martin quedó reducida al espacio conocido como plaza del Caño, del Carbón o de Carboneros y, en sus últimos años, como plaza de la Verdura. Alli se reunían los cajones, puestos de mercado al aire libre, con los productos de primera necesidad que abastecían a la poblacióin.
La entrada en funcionamiento del edificio que diseñó Joaquín de Vargas no impidió, sin embargo, el mantenimiento de mercadillos efímeros en sus inmediaciones así como en otros lugares de recinto histórico. Zonas como la plaza de San Eulalia, San Julián, las plazas de la Libertad y de Anaya, las del Peso, Fray Luis de León San Isidro y la de Monterrey habían acogido los puestos de venta durante las largas obras del Mercado Central, según refiere la web sobre historia local salamancaenelayer. Muchas de ellas mantendrían durante años la presencia más o menos estable de vendedores callejeros.
Las imágenes sobre la Salamanca del siglo XX que atesora la Filmoteca de Castilla y León así como las colecciones gráficas privadas muestran histórcas imágenes de las señoras con sus cestas de productos en el Corrillo, los tenderetes cubiertos con lonas para protegerse del sol en Ramos del Manzano (tramo final de la actual Gran Vía), pero sobre todo de la plaza del Ángel. Los más veteranos seguro que recuerdan el mercadillo navideño en esta última plaza al que los salmantínos acudían a comprar los pavos para las celebraciones en famlia, inmortalizado por el objetivo de Guzmán Gombau.
Además de los pavos, en el lado opuesto del edificio, frente a los portales de San Antonio, se colocaban los vendedores de flores en las fechas anteriores a Todos los Santos. Los citados portales acogieron también durante los años 20 y 30 del siglo pasado a los vendedores ambulantes que ofrecían variados productos, entre ellos café y churros. Y fueron el lugar escogido para uno de los mercadillos tradicionales que han sobrevivido a costumbres y a ordenanzas, como es el de las turroneras de La Alberca, quienes nos endulzan cada mes de diciembre.
La calle de las Especias, la estrecha vía peatonal que une la calle Zamora con Toro, debe su nombre precisamente a los locales que desde la Edad Media vendían allí especias como el azafrán, el jengibre y la canela.
En tiempos más recientes, el mercado de frutas y verduras de la plaza de San Justo marcó una época en el tercio final del siglo XX. La instalación de los primeros puestos se ha situado a mediados de los años 40, en su mayoría hortelanos que cultivaban sus productos en las cercanías de la ciudad. Tras un período en que la actividad languideció, a finales de los 70 resurgió con fuerza. El mercado de San Justo llegó a instalarse diariamente, de lunes a viernes, mientras que el domingo se reservaba para la venta de flores. La actividad en la plaza fue decayendo hasta desaparecer hace una década.
No sería justo dejar de lado un mercadillo especial que cada año brota de forma natural frente al Mercado de San Juan, en el barrio de Labradores. En el mes de junio, los vendedores de ajos de Zamora y Badajoz ofrecen su producto de temporada, coincidiendo con la feria que tiene lugar por San Pedro y San Pablo en la vecina capital.
Dejando aparte estas excepciones, la venta ambulante fue decayendo poco a poco de forma implacable coincidiendo con la exigencia de las regulaciones comerciales y sanitarias y los nuevos usos y costumbres comerciales de la población. Los mercadillos en el centro de la ciudad ya no sirven hoy comida ni ropa, pero han persistido hastra nuestros días como símbolo cultural de la histórica actividad comercial.
En ese sentido, el calendario festivo ofrece en Salamanca numerosas citas en las que se recrean los antiguos mercadillos callejeros evocando períodos de nuestra historias antigua, como la época medieval, el Siglo de Oro, etc. Con calefacción y datáfonos para cobrar, los vendedores rinden homenaje a un titual comercial que está en la esencia del nacimiento de ciudades como Salamanca.
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