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En un pequeño taller en la parte posterior de un local comercial, donde la luz natural casi no llega y los destellos de la luz blanca de las bombillas hacen difícil distinguir el paso del tiempo, un hombre sentado frente a una máquina azul tiene la mirada fija en un zapato. El aparato frente al que está es una máquina de finisaje, un instrumento indispensable en el oficio de reparar zapatos. Y el hombre es un zapatero. Frente a la máquina el individuo dedica su tiempo a reparar el zapato que tiene entre las manos. Primero raspa la suela con una de la lijas que está al costado de la máquina, lo hace con cuidado, mientras el aparato emite un ligero ruido al entrar en contacto con el zapato. Luego, cuando ya no queda nada por retirar, toma una pincel pequeño, pero de brocha gruesa y esparce el pegamento por toda la superficie inferior del calzado. Cuando termina, busca entre sus artefactos una suela adecuada para el zapato, una que se adapte a la perfección al objeto y la coloca sobre el pegamento. Entonces, pone el zapato en prensa y deja que la presión obligue a fijar el calzado. La prensa hace su trabajo. Ahora, solo queda pulir los últimos detalles. Toma las herramientas para ello, mientras le dedica a una sonrisa a la otra persona del taller, una mujer de cabello claro que realiza algunos remiendos en una máquina de coser.
El hombre se llama Francisco Javier Martín y la mujer a su lado es su pareja, María Jesús. Juntos ejercen el oficio de la zapatería, una actividad artesanal que poco a poco ha ido cayendo en desuso. Así, el negocio que atiende la pareja en el barrio del Rollo uno de los varios comercios dedicados a la reparación de calzado que han decidido apostar por mantener las raíces del oficio y continúan en pie en Salamanca. Ejemplo de un sector que ha mutado mucho con los años y que hoy, frente al cambio de modelo y al aumento de la cultura de usar y tirar, ha disminuido su influencia.
Francisco Javier y María Jesús llevan ya mucho tiempo en el negocio. Sin ir muy lejos, Francisco está en el oficio desde hace treinta años y es hijo de una larga tradición familiar de zapateros. María Jesús, por su parte, se incorporó hace un poco más de diez años al local y, aunque todavía no tiene la valentía de llamarse a sí misma una experta, puede sacar adelante cualquier encargo que se le proponga. Ella no viene de una familia de zapateros, sino que fue su historia de amor con Francisco la que la llevó a conocer la ocupación . “Después de que tuve los hijos decidí venirme a ayudarlo un poco en la zapatería y bueno, aquí me quedé”, puntualiza, a la vez que bromea sobre que no se puede librar de él ni un minuto al día: “estamos juntos todo el tiempo, tanto para lo bueno como para lo malo”.
El negocio familiar, que ahora administra la pareja, está repleto de zapatos de todo tipo. En la zona donde se reciben los clientes, el calzado se acumula de manera ordenada en diversas estanterías alineadas unas sobre otras. No queda ni un hueco vacío en ellas. Y, como si éstas no fueran suficientes, en la parte de atrás las líneas de zapatos siguen y siguen. En total podrá haber unos cincuenta pares, quizás más. “Ahora no se decir cuántos zapatos tengo, muchos, eso sí sé”, bromea Francisco mientras pasea su mirada por la estancia. Da la impresión de que intentará calcularlos, pero le resta importancia. Son muchos y ya. No hay necesidad de decir el número exacto.
El lugar es pequeño, pero el orden que impera lo hace parecer más amplio. En la parte posterior, donde está el taller y ocurre toda la magia, Francisco y su mujer trabajan incansables. Los dos llevan ya muchos años realizando labores en conjunto y poco a poco han aprendido a complementarse. Se mueven con tal sincronización que hacen rendir cada centímetro cúbico del que disponen. Se concentran cada uno en lo suyo, mientras se turnan para atender a los clientes que cruzan cada tanto la puerta con sus peticiones.
Y es que, durante estos días de principio de temporada, la pareja no deja de recibir encargos. Así, aunque el resto del año también disfrutan de una cartera de clientes fija, es ahora en otoño e invierno cuando el negocio disfruta de su momento de mayor productividad. “Esta es nuestra temporada alta, nuestro momento cumbre”, comenta Francisco de buena gana, a la vez que se apresura a explicar el motivo: “principalmente porque en invierno se necesita un mejor calzado para hacer frente al frío. Es decir, tiende a ser un zapato de calidad. Por eso, las personas se toman la molestia de repararlo”.
A pesar de los cambios en los últimos y las afirmaciones de algunos de que el negocio se encamina a su extinción, la pareja sigue disfrutando de una buena cantidad de encargos. Un hecho que mantiene a Francisco en una actitud despreocupada: “De momento hay trabajo y bastante más del que la gente se imagina. ¿Qué pasará en el futuro? La verdad no lo sé. El mundo cambia mucho. Tal vez en unos cuantos años se inventen zapatos de usar y tirar y el oficio desaparezca o, tal vez, ocurra lo contrario y tengamos más trabajo, quien sabe. Lo importante es el ahora y, de momento, a nosotros el negocio nos da para mantenernos y estar bien”, señala el zapatero, mientras comenta que tampoco descarta que ante la nueva oleada de pensamiento ecologista el hecho de reparar los zapatos en lugar de tirarlos empiece a ponerse de moda.
Además, destaca que, a diferencia de lo que muchos creen, una gran parte de sus clientes son personas jóvenes. “Aquí viene mucha gente joven, sobre todo porque actualmente se ha vuelto muy popular hacer ejercicio. Las nuevas generaciones ahora hacen mucho deporte y eso produce un mayor desgaste del calzado”, explica, a la vez que recalca que entre su clientela habitual tienen un poco de todo. “De mediana edad también tenemos muchos clientes, pero normalmente viene a reparar otro tipo de zapato, un poco más formal, por así decirlo. Luego, las personas mayores, que son las que algunos creen que son nuestra clientela fuerte, con los años caminan menos por lo que el calzado les dura más. Así que no son el grupo que más nos visitan”, comenta.
Los encargos que reciben en el comercio pasan por todos los tipos, desde los más comunes como los cambios de suelas, tapas y forros a lo más absurdos. “Hasta una olla a presión nos han traído para reparar, señala María Jesús entre risas, por supuesto tuvimos que decir que no.¿Cómo vamos a reparar una olla en una zapatería?”
“Nosotros no podemos decir que tengamos arreglos comunes, al contrario, son arreglos diversos los que recibimos, pero sí nos ha pasado de recibir encargos curiosos. Por ejemplo, nos pasa mucho que una persona tiene un zapato muy, muy viejo y que aparte de viejo es malo, pero que por algún motivo le tiene especial cariño y lo quiere reparar a toda costa. Entonces nos trae un calzado que esta en unas condiciones terribles. En esos casos normalmente nos toca decirle al cliente que ya es irrecuperable, pero a menudo la persona no se queda con esa respuesta, sino que insiste e insiste. Es una situación graciosa ver las molestias que se toma la gente por salvar un zapato que ya no da más de sí, pero, por desgracia, magia tampoco podemos hacer”, rememora Javier.
“Otra cosa que suele ocurrir es que haces una reparación y dices: ¡Dios mío, qué bien ha quedado, cuando venga el cliente y lo vea que feliz se va a poner! y resulta que el dueño del calzado viene a retirarlo y no se da cuenta. Le da más o menos igual. Es triste porque lleva mucho esfuerzo y dedicación y a veces las personas no lo valoran, pero creo que es porque no saben todo el tiempo y trabajo que se invierte en cada par de zapatos, es una pena”.
En sus muchos años como zapatero, Francisco Javier ha visto diversos cambios en el oficio y es que desde que empecé su primer trabajo en la zapatería con apenas dieciocho años el mundo no ha dejado de moverse. “Para mí el cambio más grande ha sido en lo que las personas vienen buscando. Antes la reparación eran más para zapatos de salir, ahora recibimos de todo. Además, las herramientas que tenemos son cada vez más especializadas. Antes, se usaba lo mismo para todos los zapatos. El mismo pegamento, la misma suela y los mismos métodos. En la actualidad, como el calzado está hecho con todo tipo de materiales hay que ser más específico. Los pegamentos, por ejemplo, han evolucionado muchísimo, hay cientos y cada uno para un material puntual. Y los pisos [las suelas], ahora los hay con mayor agarre, más lisos, para roca, para montaña, para todo... La maquinaria, al contrario no ha cambiado mucho, sigue siendo más o menos lo mismo que cuando yo empecé”, detalla Francisco Javier, que va a continuar hablando, pero se interrumpe al escuchar el ruido de la puerta que se abre. Por ella entra un señor mayor con una gran sonrisa. El hombre no es un cliente, sino Paco, el padre de Francisco, quien le enseñó el oficio de la zapatería y que se une con gusto al tema de la conversación.
“Antes las cosas eran distintas. Las máquinas hemos cambiamos varias porque iban mejorando y había que incorporarlas. Ya ni me acuerdo de cuantas hemos tenido. Los encargos, además, eran muy distintos. Una de las cosas que más hacíamos eran zapatos a medida. ¡ufff, hacíamos muchísimos! Ahora eso casi no se hace”, comenta Paco con cierta nostalgia.
–Bueno, papá, es que todo cambia –le contesta Francisco–. Ahora hacemos otro tipo de trabajos: más arreglos de deportivas, de zapatos de montaña...
–Sí, sí –coincide Paco–-, muchas deportivas. Ahora eso es lo que la gente joven más usa.
–Claro, es la moda –le dice su hijo con una sonrisa–. Tenemos que adaptarnos a ellas.
–Así es– interviene María Jesús -. Las cosas han evolucionado mucho y casi todo se puede arreglar. El oficio ha variado, pero lo importante es saber sumarnos a esos cambios.
Una opinión que comparte con su marido, quien además señalada que, como todos los oficio, los zapateros están en continuo aprendizaje y desarrollo: “Antes, por ejemplo, no había casi zapatos deportivos y por eso no se arreglaban. Ahora los hay y el sector se adaptó para poder repararlos. En el futuro seguro vendrá otra cosa y tendremos que trasformarnos para poder hacerle frente. Es una constante evolución, como todo en la vida. Por ello, el oficio es cada día más complejo. Hoy en día, casi todo tiene arreglo y las técnicas para reparar zapatos son más especializadas”.
- Sí, por eso yo siempre digo: antes de tirar, pregunta, que seguro se puede arreglar. Hay mucha gente que por desconocimiento se deshace de las cosas cuando les queda mucha vida útil por delante –enfatiza María Jesús.
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