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Engracia Sánchez regenta desde hace más de dos décadas una tienda de pan, dulces y prensa en el corazón de Garrido. Nació y creció en el barrio y desde joven tuvo muy claro que lo suyo era atender al público. «Toda la vida he sido dependienta. Me encanta atender a la gente, esa cercanía con el cliente y compartir historias cada día», cuenta orgullosa.
Aunque sus padres no se dedicaron al comercio, sus abuelos sí tenían tienda en Barbadillo, el pueblo del que proceden. El gusto por despachar y por conocer a quien cruza la puerta, parece correr por las venas de la familia. «Todos hemos trabajado en tiendas», reconoce.
Hace más de 20 años tomó las riendas de Los Charritos, un local que ya acumulaba otras tres décadas como panadería. «El nombre venía de antes, pero me gustaba y lo dejé», explica. El pan, traído cada día de un famoso obrador salmantino, sigue siendo el alma del negocio. Sánchez conoce los nombres, las costumbres, incluso los gustos del pan de cada uno de sus clientes. En su local también son más que habituales las conversaciones espontáneas entre vecinas sobre reformas en casa, el tiempo o la jubilación.
Lo más gratificante para Engracia no es vender, sino compartir. Así lo traslada a este medio. «Lo mejor es el trato con la gente. Esto tiene que gustarte, y tener buen carácter. El 40% del negocio es el producto, pero el 60% lo tienes que poner tú como persona para que te funcione. La cercanía y el trato humano marca la diferencia», repite.
Durante estos años ha mantenido muchos clientes de los dueños anteriores, pero también ha hecho muchos otros nuevos. El perfil es muy variado, recibe diariamente a gente mayor y de mediana edad, pero también a parejas jóvenes y familias. «La cercanía a los colegios es muy buena para el negocio. También se ha revitalizado mucho el barrio, en los últimos años han venido nuevas parejas jóvenes a vivir al barrio solos o con sus hijos», explica.
La dependienta recuerda los momentos que vivió durante a pandemia, que se han convertido en los más duros que recuerda. «Yo tuve mucho miedo y se notaba una tristeza profunda en el barrio. Yo abría todos los días, pero solo dos horas. Se formaban grandes colas en la puerta. Los que trabajamos pasábamos mucho miedo por el contacto con la gente».
Sánchez ahora mira al presente, pero también al futuro. Espera seguir al frente del negocio siete años más, hasta que llegue el momento de su jubilación. «No me hace ninguna ilusión, me gusta mucho mi trabajo, que es algo que no puede decir todo el mundo», afirma. Cuando ella no pueda estar detrás del mostrador, piensa traspasar el local. En principio, sus hijos no van a coger el relevo. Ellos ya trabajan en otros sectores.
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