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Andrés García Torres, en la obra «Eden» de Adi Hanan. ashley taylor
«Que la Compañía Nacional de Danza no tenga su propio teatro da una idea de la situación en España»
ENTREVISTA

«Que la Compañía Nacional de Danza no tenga su propio teatro da una idea de la situación en España»

Andrés García Torres fue el único español que actuó en el Concierto de Año Nuevo de Viena

Roberto Zamarbide

Salamanca

Jueves, 9 de enero 2025, 18:48

Su nombre saltó a los titulares el 1 de enero tras participar en el Concierto de Año Nuevo. Junto a cinco compañeros del Ballet de la Ópera de la capital austríaca, el salmantino Andrés García Torres bailó la polka «O una cosa o la otra» («Entweder-oder!) de Johann Strauss hijo, una pieza visual pregrabada que se emitió en la actuación de la Filarmónica de Viena.Fue tal vez la actuación más mediática de este joven de 28 años que lleva prácticamente toda su vida entregado a la danza.

¿Cómo ha vivido la repercusión de su participación en el concierto de Año Nuevo?

—Normalmente es un concierto que se ve mucho en todo el mundo. Realmente es toda una celebración y tiene una gran tradición, con lo que significa Viena en la historia de la música, y tengo la sensación de que a lo mejor no se ve cada año a un español tomando parte en él.

¿Le han mandado muchos mensajes su familia y amigos?

—Sí, he recibido muchos mensajes de felicitación. Ha sido una alegría ver que ellos también lo han disfrutado.

La grabación se realizó en el Museo de la Técnica de Viena. ¿Cómo la recuerda?

—Con cierta sorpresa. Nos dijeron en principio que íbamos a bailar una polka del hijo de Strauss, y yo solo pensé que bailaríamos una polka corta en ese tiempo.Cuando nos dijeron que se haría en el Museo de la Técnica me quedé un poco sorprendido. Luego ya vi la importancia que le daban al tren como elemento.

¿Cómo se inició en la danza?

—Mi hermana ya estaba realmente fascinada por la danza y yo, si saber muy bien cómo, empecé a interesarme por ese mundo y por las artes. Yo nací en Salamanca pero a cuando tenía tres años mi familia se trasladó a Madrid. En mi casa siempre se respiró un ambiente muy humanista y yo tuve un acercamiento y una formación bastante cercana a las artes, la pintura, la música...

Con ocho años ingresó en Madrid en el Real Conservatorio de Danza Marienma, donde además de empezar a tocar el violonchelo. Y a los 15, el traslado a Viena. ¿Cómo vivió ese salto?

—No fue un cambio radical, porque Viena había estado siempre muy cercana a mí por las experiencias que había vivido. Para mi fue muy bueno llegar a Viena siendo adolescente en pleno proceso de formación. Mi madre envió una solicitud para ingresar en la Escuela de Danza en la Academia, me aceptaron y ella decidió dejar Madrid y venirse conmigo.Fue la suya una decisión muy valiente y yo estoy muy contento de que fuera así, porque pude formarme como bailarín y como artista y sigo haciéndolo. Al mismo tiempo, continué mi formación a distancia compaginándola con mi educación artística.

Su ingreso en 2014 en el Ballet de la Ópera de Viena fue el espaldarazo definitivo a sus aspiraciones profesionales.

—Si. Tenía 18 años. Conseguir mi primer trabajo fue importantísimo. Pude encontrar un sitio donde establecerme, poder desarrollar mi concepción del arte y seguir creciendo artísticamente. Desde entonces me he podido ganar la vida y he aprendido mucho de diferentes creadores, cómo ven el mundo, qué función tenemos como parte de la sociedad ...

Imagino que el ambiente en su trabajo será muy internacional, conviviendo con compañeros y compañeras de lugares muy diferentes. ¿Cómo es aquello?

—Así es, muchos venimos de fuera, y no hay muchos austríacos, la verdad (ríe). Españoles somos tres y hay bailarines de muchos sitios: de Italia, de Canadá, de Estados Unidos, de Francia...

¿Y en que idioma se entienden?

—Sobre todo en inglés, que es un idioma muy internacional.

¿Cómo es un día normal en la vida de un bailarían profesional del Ballet de la Ópera de Viena?

—Bueno, sobre todo hay que cuidarse mucho, porque esta profesión requiere mucho descanso. Uno tiene que entender eso. Entonces cada día me levanto sobre las seis y media, y después de prepararme, a las diez de la mañana tenemos una clase de ballet hasta las once y cuarto.De ahí en adelante, tenemos ensayos hasta más o menos las cinco y media de la tarde aunque el horario es flexible. Apartir de ahí, el resto del día es para descansar o para el ocio.

¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre? ¿Hay problema en que salgan a cenar o a tomar algo a un bar o lo tienen prohibido?

—No, no... A mí me gusta visitar los museos, que los tengo muy cerca: e Museo de Historia del Arte, el de Ciencia Natural, la Albertina... Cada vez que tengo un poco de tiempo voy. Los museos también han estado siempre muy presentes en mi vida. También me gusta ir a conciertos al Wiener Musikverein, al Konzerthaus... siempre que el tiempo me lo permita y sin abusar, que no podemos salir todos los días.

Le voy a hacer una pregunta económica: ¿se puede vivir bien de la danza en Viena?

—Gracias a Dios sí. Tenemos un buen sueldo que me permite mantenerme bien, pagar la casa y ahorrar para el futuro. No me puedo quejar.

Desde España tenemos la sensación de que la importancia de la danza en Austria está a años luz de la que tiene en España. ¿Cómo ve en este aspecto a su país natal?

—Que la Compañía Nacional de Danza en España no tenga su propio teatro donde pueda montar sus propios espectáculos ya da una muestra del estado de la danza en España.La situación está, diríamos, un poco jorobada, es grave. Yo confía en que vaya a mejor y que se le de más valor a lo que se hace. En mayo vamos a actuar a Madrid dentro de un tour.

¿Qué objetivos se marca en su carrera profesional?

—Me estoy formando en la historia del arte y de la danza , y algunas piezas que estoy bailando me están despertando la curiosidad sobre cómo otros artistas se pregunta de dónde venimos, en relación al espectador, y dónde deberíamos situar el modo de ver el mundo. Así que estoy profundizando sobre esas ideas intentando que el ser humano no pierda ese instante creador.

¿Cuáles han sido sus referentes en la danza?

—He admirado a muchos bailarines consagrados, pero el que más me toca el corazón es Vaslav Nijinski, a quien admiro mucho con ser humano y como creador artístico. Otros más contemporáneos me han inspirado, como Merce Cunningham, que me ha despertado muchas de esas preguntas sobre a dónde va la cultura y el ser humano. También Paul Taylor, antes Marta Graham... Pude bailar con Ohad Naharin su pieza Tabula Rasa, una experiencia muy rica.

¿Qué relación tiene con su ciudad natal? ¿Visita Salamanca de vez en cuando?

—Tengo una tía, no de sangre, pero sí vivi mucho tiempo con ella siendo niño, que vive en Horcajo. Tengo que volver a Salamanca, absolutamente, y visitarla otra vez. Ojalá pueda hacerlo con un proyecto artístico, quizá allí se plantee alguna iniciativa que me permita volver a actuar.

No sé si alguien aquí podría contratar al Ballet de la Ópera de Viena...

—Nooo (ríe), pero yo como creador soy autónomo.

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