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Alfonso Mendiguchía: “Es maravilloso actuar por las calles de Salamanca; es el mejor escenario”

Alfonso Mendiguchía: “Es maravilloso actuar por las calles de Salamanca; es el mejor escenario”

“En esta ciudad me han dado muchas facilidades y me han tratado como a un hijo al que se le deja triunfar”, asegura

Martes, 26 de abril 2022, 17:51

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Alfonso Mendiguchía, “Mendi”, despuntó como actor en Salamanca en sus tiempos universitarios. Ha interpretado a un sinfín de personajes históricos vinculados a la ciudad del Tormes. Escribe, dirige y el sábado 30 de abril estrena en el Liceo “Von Lustig. El hombre que vendió la Torre Eiffel”, la historia verídica de un estafador.

–Propone una historia muy curiosa con este personaje.

–Nuestro protagonista pasó a la posteridad porque logró vender la Torre Eiffel. Hacemos un repaso por su vida, aunque tampoco estamos seguros de que se llamara Víctor Lustig porque tenía más de 30 alias. La obra se titula “Von Lustig” porque su alias más conocido, con el que se introdujo en la alta sociedad y empezó a estafar a millonarios, era haciéndose pasar por el conde Von Lustig. Se supone que nace en la República Checa y su vida se divide entre Europa y América. Viaja de un lado para otro y llega a estafar a Al Capone. Comete varias estafas, es perseguido por toda Norteamérica y en Europa también realiza muchas estafas, sobre todo cuando llega a París. Es una historia muy curiosa.

–Es un buen hallazgo.

–Me encontré con este personaje cuando, buscando información para “Gruyère”, vi una reseña en internet. Solo hay cuatro pinceladas escritas sobre él y sobre cuatro de sus timos famosos. Y eso es lo que he recreado al escribir la obra: todo es verdad y todo está inventado sobre esa base de verdad, como la estafa a un banco de EEUU en 1923. La obra empieza por su muerte —encarcelado en Alcatraz, muere en un centro médico para prisioneros federales— y todos los personajes son ciertos para reconstruir su historia, salvo Kikí. Kikí está inspirada en Kikí de Montparnasse, famosa en Francia en los años 20. Lo interpreta Patricia Estremera, que se convierte en 14 personajes.

–En Salamanca ha trabajado mucho y ha sido infinidad de personajes históricos.

–Salamanca es mi casa; siempre digo que soy salmantino de adopción. No sé si me queda algún personaje histórico por hacer. He sido Unamuno, Colón, el marqués de Villena, Torres Villarroel, Fernando de Rojas...

–Ser Fernando de Rojas, en pleno agosto y en itinerancia por la ciudad, era una buena pechada.

–Era maravilloso. Hacíamos dos pases y movíamos a 500, a 1.000 personas por las calles. Era muy chulo. Nos encanta ver que la gente nos sigue, que está atenta, que les gusta.... Y tenemos el mejor escenario, que es toda Salamanca. Además son trabajos que te permiten seguir activo: estás imaginando la obra, escribiéndola, moviendo espectadores... y son tablas.

–Hay mucho trabajo en la trastienda de los espectáculos de calle.

–Pero nos compensa. En esta profesión hay mucho trabajo lanzado al aire, a ver si puedes recoger algo en esa red que has tirado. En nuestro caso, Los Absurdos Teatro somos afortunados porque vivimos de lo que nos gusta y la recompensa, a pesar del trabajo, es el encuentro con el público. Y que a los espectadores les guste.

–En Salamanca forjó su vocación de actor.

–Había hecho alguna cosa en el colegio, pero en la Facultad de Comunicación retomamos el grupo teatral que bautizamos como La Máscara. Después de unos cuantos años sin teatro universitario, reflotamos el grupo entre unos cuantos amigos. A partir de ahí existió una combinación entre el periodismo y el teatro. Al terminar la carrera, la inercia te lleva a desengancharte de una cosa y a engancharte a otra. Creamos Malagüero Teatro como primera experiencia profesional después de la facultad. Y luego todo ha ido encadenándose y no he parado: el teatro se convirtió en pasión, en profesión y en modo de vida.

–¿La noche salmantina confundía a “Mendi”?

–Mucho, mucho.... [Risas]. Era todo una confusión y la noche salmantina, durante unos años, todo lo tamizaba y lo confundía... Y durante el día estaba tan confundido, que la confusión me llevó a ser actor.

–Hay buenísimos recuerdos de Salamanca en su biografía.

–Nací en Palencia de casualidad y me reconozco más salmantino que palentino. Salamanca es volver a casa. En Salamanca encontramos las puertas abiertas: es una ciudad en la que siempre me han dado muchas facilidades e instituciones como Turismo o la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura me han tratado como al hijo al que se le deja triunfar en su casa.

–¿Es sacrificado estar volcado en el teatro?

–Tienes mucha libertad, pero no estás libre nunca para irte de vacaciones, de viaje... Siempre te puede salir algo a última hora. Pero te compensa porque es lo te gusta y es la vida que has escogido o la vida que te ha escogido a ti. Somos muy esclavos, aunque de antemano no somos esclavos. Y recibimos algo que no suele recibir la gente en su trabajo: un aplauso directo, que engancha porque te gusta estar ahí. Nosotros vemos un resultado muy palpable de nuestro trabajo porque en el teatro eres el rey. Hacemos cine y televisión si nos llaman, pero hay que marcar las energías en algo porque no te da tiempo a hacer todo: si haces más tele, haces menos teatro. Aunque hay muchos días que reniegas del oficio, al final el balance es que estoy haciendo lo que quiero y lo que me gusta.

–También le habría gustado ser ciclista.

–Decidí estudiar Periodismo porque me gustaba escribir, pero entonces me gustaban tantas cosas... Sí me hubiera encantado ser ciclista profesional, algo dificilísimo. Estuve unos cuantos años corriendo, desde pequeño hasta que fui a la Universidad de Salamanca. El ciclismo me ha forjado el carácter del sacrificio, ese crecer en la resistencia, en el no hay dolor y en el hay que seguir para adelante e ir más allá.

–Durante ocho años fue crítico de teatro en LA GACETA.

–Empecé con la Capitalidad Cultural del 2002 cuando relevé a Iván Escobar, que se fue a Madrid como guionista. Aprendes mucho, viendo teatro. Ver una obra teniendo que hacer el ejercicio crítico de pensar sobre ella, escribir y dar una opinión te exige un análisis. Este oficio se aprende haciendo y viendo. Viendo cosas buenas, malas y regulares; intentando “copiar” las buenas y quitarte de encima las malas en las que te ves reflejado.

–En teatro si uno es un mal actor, se le ven las costuras.

–Los ingredientes son los mismos y lo que cambia cuando haces cine, televisión o teatro son las proporciones. La gran diferencia es que en teatro tú estás solo en escena y no hay posibilidad de grabar otra toma. Y te conviertes en el rey para lo bueno y para lo malo. Estás más expuesto y por eso se ven más las costuras. El montaje hace de malas interpretaciones en cine o televisión una gran interpretación; en teatro, el espectador lo ve todo y los actores debemos estar pendientes de todo.

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