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Flérida Castaño, en la entrada de la residencia Obispo Téllez. S. DORADO
La salmantina de 106 años que no teme a la muerte: «Cada día le pido la llave a San Pedro»

La salmantina de 106 años que no teme a la muerte: «Cada día le pido la llave a San Pedro»

Flérida Castaño acude cada día a la iglesia de San Pedro para rogar al santo que la lleve

S. Dorado

Ciudad Rodrigo

Viernes, 26 de abril 2024

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Pensar en la muerte resulta inevitable a medida que pasan los años, pero temerla es algo que Flérida Castaño Martín ha superado por completo. «La muerte es felicidad», sentencia. A sus 106 años, Flérida goza de una estupenda salud, y aunque le cuesta oír, como es natural a su edad, con su andador entra y sale de la residencia Obispo Téllez, en Ciudad Rodrigo, y se mueve a su antojo.

La «maldición» de vivir tantos años es haber perdido a muchos seres queridos, y es por eso que cada día Flérida va a la iglesia de San Pedro a pedirle la llave del cielo. «Le pido que me lleve ya, me quiero ir». Hay otra petición que lanza al mundo terrenal: «Que me saquen de la residencia», un deseo habitual en las personas mayores, que añoran su hogar y, en el caso de Flérida, sus pertenencias. «Tiraron todas mis cosas, mi ropa…» Habla de ropa vieja a la que ella tenía un gran apego. Tanto es así que rechazó la ropa que una de sus hijas le llevó cuando ingresó en la residencia en 2015. «Que se la metan por las narices», es alguno de los exabruptos que masculla, y es que a temperamento no la gana nadie.

En la residencia se ha ganado fama de testaruda. De su juventud recuerda, entre otras cosas, «que me gustaba bailar y que no me gustaba ningún chico». Al menos lo segundo no ha cambiado, y es que Flérida de muestra desconfiada y reservada con algún compañero residente. «Hay uno que está enamorado de mí», y cuenta anécdotas de acercamiento a las que ella pone freno con firmeza, haciendo gala de una personalidad arrolladora.

Procedente de Ivanrey, pedanía de Ciudad Rodrigo, Flérida tiene en su recuerdo a su marido, que era ferretero, y que, asegura, «me ha querido con locura, nunca ponía una mala cara», y a su difunto hijo, que era, al igual que sus dos hijas, que viven, profesor. La familia es extensa, como no podía ser de otra manera. Eran siete hermanos (uno murió en la misma residencia). Las dos hijas viven lejos, en Fuengirola y en Alcalá de Henares, y además tiene un total de seis nietos.

El secreto para la longevidad no existe para ella: «No hago nada, toda la vida he comido lo que me ponían en el plato, comida del campo», y es que recuerda cultivar garrobas y garbanzos. Aunque es posible que el secreto sea, en parte, la genética. Hasta los 99 años, muy cerca de alcanzar los 100, vivió su madre, y su padre, hasta los 95. «El cielo está muy alto», suspira con anhelo cuando habla de San Pedro. Mientras tanto, mantiene su coquetería, la misma de cuando era joven, y acude a la peluquería dos veces por la semana, siempre la primera, imponiéndose con firmeza acerca de sus preferencias estéticas. A la hora de hacerse fotos, insiste en quitarse las gafas, y ella misma va a la tienda a comprar laca para el pelo.

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