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La vida tras la pandemia parece haber querido volver al mundo en estampida y Salamanca no se ha quedado atrás. Las agendas culturales de octubre no dejan fecha en blanco en institución alguna: el Casino, la Fundación Ciudad de Cultura, la Casa Museo Unamuno, el Museo de la Casa Lis, el Centro documental de la Memoria Histórica, la Universidad... ¡Cuánto tiempo que recuperar!

La pasada semana, además, la poesía iberoamericana ha pisado la ciudad con la delicadeza de los versos, como un bálsamo de luz que se hacía necesario para despertar tras esas tantas noches negras y solitarias, donde lo único que rugía era la urgencia amarilla de las ambulancias. La pasada semana, también, han regresado las algaradas de los estudiantes a las calles; los de Medicina celebrando a san Lucas, su patrón, desde el Campus a la Plaza Mayor, anunciando con su juventud pujante que el Estudio Salmantino, además de formarse profesionalmente, ríe.

Volvemos, sí, volvemos, aunque hagamos de hacerlo desde la orfandad de muchos familiares, amigos y vecinos que se han quedado en este tramo fatal del camino. Volvemos al corrillo cofrade, a la barra de bar abierta, a la sobremesa social donde brindamos y celebramos la vuelta, sin atrevernos a preguntar realmente a dónde vamos y exactamente a qué. Muchas veces hay que dejar la esperanza exclusivamente dentro de sus símbolos para que nada ni nadie la ensombrezcan.

Volvemos a Salamanca y a los violines de otoño en el campo. Volvemos al surco de la siembra, la parición de los ganados y la montanera de la encina. Volvemos a la umbría centenaria de los castaños, la sierra llameando bayas de octubre y tonalidades bermejas, en bellísima quietud y armonía. Música callada y silencio sonoro, la espiritualidad de lo sagrado siempre al auxilio de los corazones rotos. Merece la pena volver.

Volvemos a la celebración del santoral, a peregrinar a la Peña de Francia y a los cortejos floridos de las procesiones. Más vale santiguarse para exorcizar culpas y malos pensamientos que dejar que las iras laicas nos arrostren y se nos hagan una endemoniada rumia. Que nada te traume, que nada te turbe, todo se pasa, solo Dios basta. ¡Viva santa Teresa! La santa española más venerada universalmente, la primera mujer declarada doctora honoris causa por la Universidad de Salamanca; ella, también, ha vuelto. Volvemos y todo se me ha hecho un regreso vivífico, fuera de la realidad y de los malos augurios que traen otras resonancias. Volvemos, como fray Luis, al reencuentro con lo nuestro. Salamanca sigue siendo un sueño todavía y nos necesita animados y con muchas ganas.

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