Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Si hay una sensación tatuada a fuego en la memoria pandémica esa es la de abrir la puerta tras el confinamiento radical. El miedo lo abarcaba todo, el aire desértico de las ciudades envolvía esa presión agorafóbica, de casa al coche y poco más, ahorrando metros y segundos donde se podía. Pero el instinto animal no perdona, hay que comer, y los supermercados eran el arca de Noé al que acudir en peregrinaje. Una vez a la semana, tal vez dos al mes. Las menos posibles. Rutina temerosa y estresante que para muchos era diaria.

Miles de cajeras, reponedores, carniceros, pescaderos, fruteros, camioneros... masticando nervios durante horas tras una mascarilla que no siempre llegó a tiempo, o simplemente armados con miedo disfrazado de valentía. Se veía en sus ojos mientras esbozaban una sonrisa. Se ganaron el puntual aplauso de las ocho de la tarde, pero por lo visto, no hicieron suficientes méritos para ganarse la vacuna. Al menos, no de forma prioritaria. En los protocolos se han olvidado de muchos de los ‘esenciales’, tal y como se etiquetaron vía BOE. Vacunarles como grupo preferente habría sido una acertada, justa y cariñosa fórmula de corresponder a su sacrificio. Unas ‘Gracias’ de verdad. Pero no, no toca.

El ritmo de vacunación acelera y en unos meses seremos todos rebaño, ahora más que nunca, pero eso no eclipsa la injusticia cometida, voluntariamente o no, con muchos de esos ‘esenciales’ que, un año y dos meses después, siguen estando en primera línea. Siempre lo estuvieron. La nómina es extensa, e incluye también (perdonen la intromisión) a los periodistas.

No tanto por el desgaste de contar un día a día plagado de miedo e incertidumbre, por el dolor de asumir demasiadas lágrimas y muertes, esa es nuestra profesión, sin más que decir. Pero muchos se jugaron el tipo para contar qué pasaba en el mundo más allá de nuestras ventanas de arco iris, sorteando el virus en entrevistas a sanitarios, alimentando el optimismo con rebuscadas historias de solidaridad o denunciando las miserias que ha evidenciado la pandemia. Algunos lo pagaron caro, contagiándose y llevando el miedo a sus casas, a sus vidas. Nadie se ha acordado de ellos cuando ha llegado la hora de retransmitir, con minuto y resultado, la vacunación.

Son también los técnicos que encendían las luces de la radio y los que se acostaban oliendo a tinta del periódico recién impreso. Información y compañía, esa era nuestra misión, y se cumplía con disciplina. Pero tampoco estos se han ganado la vacuna. Y lo más triste es que nadie ha alzado la voz. ¿Para qué pedir la vacunación de los ‘plumillas pateadores de calle’ cuando uno se puede lucir presentando libros y dando no sé qué conferencias? La vieja receta de más calle y menos despachos vale para todos. Pero renta más lo segundo, aunque no para los de la trinchera, los que tendrían que estar vacunados, justo después de las cajeras.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios