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Su nulidad, nuestra muerte

Jueves, 26 de marzo 2020, 04:00

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A Pedro Sánchez le gusta lo grandioso, los focos, la televisión, ser el centro de los circos mediáticos donde la cámara enfoque su jeta de cemento. Le gusta sentirse un tipo importante; pasear rodeado de escoltas; visitar zonas afectadas por desastres naturales mientras, tras sus Ray-Ban, mira con gesto circunspecto por la escotilla del helicóptero posando de perfil. Adora dar órdenes desde el Falcon imaginándose, en su pueril fantasía psicopática, que es la reencarnación de Kennedy. Sí, a Pedro le gusta hacerse pasar por presidente pero no llega ni a semicapro.

El sábado, mientras soltaba su grandiosa y vacía perorata estilo castrista —de Castro—, cerré los ojos y sentí un déjà vu. Durante un segundo soñé que quien hablaba no era nuestro inepto presidente y que, de un momento a otro, escucharía la voz de Churchill diciendo aquello de “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Pero abrí los ojos y Pedro el trilero, el gran charlatán, seguía en la pantalla; preparándonos para lo peor. Sabe que quien avisa no es traidor y así, si la cosa sale bien, podrá tirarse flores.

Es imperante comenzar a hacer pruebas mentales a nuestros dirigentes. Quienes aspiran a servir en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado deben superar test psicotécnicos para empuñar un arma y, sin embargo, los forúnculos que tenemos en el gobierno pueden matar —y matan— a miles de personas sin pegar un tiro. Sólo con Reales Decretos.

Pensaban que nadie podría superar a Zapatero, ¿verdad? Pues aquí llegó la parca socialista, cabalgando a lomos de su bayo corcel, guadaña en mano, segando las vidas de los españoles con una peste importada. A los que sobrevivan al virus le pasarán la factura de su gestión y para ellos no habrá quitas, sólo hambre, paro y miseria.

Sánchez, esto te supera. Tu pantomima nos está costando vidas. Tu incompetencia supera los límites de la bellaquería. Viste —todos los ciudadanos vimos— lo que pasaba en China y en Italia, y no hiciste nada. No querías quedar como el malo de la película, cerrando las fronteras y prohibiendo manifestaciones, y ahora el pueblo —ese que tanto te llena la boca (y la panza)— está muriendo por tus nefastas, y tardías, decisiones. Si te asomas a la ventana de tu palacio puedes verlos morir. Están tirados por los pasillos de los hospitales como perros; con nuestros profesionales sanitarios dejándose la piel, y la vida, intentando solucionar tus desmanes. Con el ejército —esos a los que tus socios querían desmantelar— salvando la situación.

¿Vas a tener hígados de salir en los medios y asumir responsabilidades? No, no vas a asumir nada porque no tienes la integridad necesaria. Si tuvieras un hálito de decencia dimitirías. Pregúntale a tu amigo el coletas cómo expiaban sus faltas los oficiales del Ejército Rojo, seguro que te prestaría su Tókarev.

Los españoles no merecemos esto.

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