Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

A mi amigo Alberto Estella, antaño cronista del deceso de mi burro Serafín; hogaño de mi vaca ciega.

S Í, tal y como anunció ‘don Estella’ en su columna Gaceta del pasado miércoles, mi vaca ciega ha muerto. Apenas le faltaban unos días para alumbrar su nueva cría dentro de una primavera, tan bellísima y abundante, que no parecía posible barruntar en ella atisbo alguno de muerte. La ciega había acudido gozalona al soniquete del cubo que cada mañana la llamaba al pienso de regalo. Siempre en un ‘aparte’, como se dice en el argot del campo, por eso de que ninguna otra golosona le hurtara, al descuido de sus ojos, la ración. Luego dejó que la arreáramos con mimo hacia un pequeño cercado, tan multiplicado de flores, que más que un prado parecía una oración de mayo a María. Allí esperaría tranquila la retuerta del parto. Allí todos celebraríamos su alumbramiento: la cría queriéndose levantar húmeda y entumida sobre sus patas, con ese equilibrio vacilante que se da en estos animales a los primeros respiros del aire; la vida metiéndoseles dentro en sorprendente y gracioso tambaleo. Lamentablemente no pudo ser. El corazón de la ciega se paró de repente y toda ella cayó a plomo sobre la pradera. La misma pradera donde Alberto Estella andaba preguntándose si volvería a crecer la hierba tras el paso de esta reata desbocada que nos (des)gobierna y nos pisotea como los caballos de Atila. Sí, querido Alberto, la actualidad está volviéndose tan fúnebre y apocalíptica, que no nos queda otra que meter la pluma en la nostalgia y en el sueño amarillo de las retamas. Ayer mismo nuestro común amigo Román Álvarez, decidió perderse en las mecedoras brisas de los Montes de Luna. A veces los columnistas tenemos que soltar lastre para no perecer en la desventura de nuestras propias letras. Creo además que nuestros lectores lo agradecerán. No todo ha de ser columna de amarga hiel. Si algo aprendí con mi vaca ciega fue que la vida canta aunque no se vea. Parte de nuestro futuro está en soñar que la recuperación es posible. ¡No saben las ganas que tengo de poder contárselo!

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios