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¿ Qué importa ya lo que pensemos, qué lo que digamos? –me pregunto cuando he de comenzar a teclear palabras para transcribir la irrealidad y el desgobierno con el que vemos cómo se está manejando uno de los periodos más terribles de nuestra vida, de nuestro siglo. Y no es únicamente por ese tsunami de números que contabilizan los contagios y fallecimientos; ese bucle televisivo que va y viene (mal)respirando por los pasillos y las UCIS de los hospitales; esos pitidos de alerta de nuestros móviles que nos paralizan y ensombrecen el trocito de invierno azul que se cuela por la ventana. La tragedia de una pandemia que, por supuesto, necesita contarse con toda su crudeza, vigilarse, temerse... pero a la que todas las instituciones, todas las comunidades, todas las ideologías, deberían haber hecho frente con criterios unívocos y comportamientos intachables. Sin embargo, y como era previsible, no ha sucedido así. Una vez más los intereses partidistas se han antepuesto a cualquier suerte de seguridad ciudadana y todo el quehacer político parece estar en levantar bien arriba la cresta y hacer tajo con el espolón, en sus encarnizadas peleas de gallos, ajenos a la indignación que sentimos los comunes espectadores. Pero ¿qué les importa a ellos lo que pensemos, qué lo que hagamos? Si algo le ha enseñado Pablo Iglesias a Pedro Sánchez es que el pueblo cuanto más confundido esté, menos molesta; cuanto más miedo tenga, menos se mueve; cuanto más pobre sea, con menos se conforma y por poco menos de una migaja se arrodilla. La confusión, el temor y la pobreza son la trilogía de todo adoctrinamiento social. El aislamiento al que nos vemos obligados por la situación de la pandemia, además, lo favorece. Pero de momento no parece haber profeta que tenga palabra y promesa para un futuro “menos sobrecogedor”. Y las comillas vienen a significar lo poco con lo que ya nos conformamos. ¡Qué largo se nos va a hacer este cautiverio, sinvergüenzas, gorrones, charlatanes, desaprensivos, impostores....! Así es como la historia algún día habrá de recordaros. No habrá cruz que pueda exculparos de tanta irresponsabilidad, de tanta ofensa.

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