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Recuerdo aquel sketch de los geniales Tip y Coll en el que éste último decía: “Soy paraguayo y vengo a pedirle la mano de su hija para hacerla feliz” a lo que Tip replicaba diciendo: “¿Para qué?”, respondiendo de nuevo Coll con mucha gracia: “Paraguayo”. El recuerdo me sobreviene cuando oigo decir que hay que salvar la Semana Santa, y yo me pregunto ¿salvar qué? No doy crédito a tamaño despropósito, ¿no nos ha valido con salvar la Navidad? ¿Hasta dónde y hasta cuándo este empecinamiento obstinado y este negacionismo desproporcionado? Salvar la Navidad y salvar la Semana Santa dejando cadáveres a cuenta y sumergiéndonos en baños de dolor y sufrimiento, de angustia, tristeza y soledad propias del último momento del Nazareno en la Cruz, ¿tal vez quieren así los salvadores de la Semana Santa mantenerla presente?

Pues quizá sea mejor pensar en la esperanza de una feliz Resurrección, partiendo de la base de que la mejor vacuna en este momento somos nosotros mismos, al menos hasta que nos toque la del laboratorio de turno. Llegados a este punto uno se acuerda de don Quijote, “amigo Sancho, con la Iglesia hemos topado”, y entonces uno de nuevo se pregunta ¿salvar qué? Y la respuesta no es fácil porque a uno le gustaría pensar que no es otra si no salvar a la humanidad, pero visto lo visto y dada la especulación pura y dura sólo queda fruncir el ceño, entornar la mirada y salvar la Semana Santa diciendo “en tus manos encomiendo mi espíritu”. Menuda cruz cargar con la incertidumbre del día a día pensando: “Si es posible que pase de mí este cáliz”, y de todos aquellos a los que quiero, no hay que ser egoístas a la hora de pedir que para eso ya están los laboratorios farmacéuticos. Sin duda alguna la Semana Santa la llevamos viviendo desde el inicio de la pandemia y sin darnos cuenta a lo largo de este tiempo han aparecido en escena todos los personajes y situaciones que en el Evangelio se relatan. Con algún que otro Judas nos hemos encontrado porque negocio vil y traidor no ha faltado, Pedro negando ni te cuento, Pilatos lavándose las manos hemos visto más de uno... Pero sin duda alguna lo que más hemos visto ha sido crucificados, y desgraciadamente los seguimos viendo en todos los que han muerto y mueren cada día tras pasar por el huerto de los olivos envueltos en la soledad del momento y quizá pensando: “Dios mío, Dios mío...” o teniendo sólo a Dios como única compañía. Hemos visto y vemos a muchas Marías llorando al pie de estos crucificados y a otras embalsamando los cuerpos, lavándolos con sus lágrimas y cubriéndolos con un manto de amor cosido de recuerdos. Detrás de cada número, y son demasiados, hay un ser humano y junto a él muchos seres queridos cargados de sentimientos. ¿De verdad hay que salvar la Semana Santa? Salvemos el sentido común, resucitemos al ser humano que llevamos dentro.

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