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Veranito, terrazas, conciertos y arrancan los Cursos Internacionales de la Universidad. Da gusto ver la Plaza llena de vida, resucitada de aquellas imágenes de pesadilla, en las que solo los medallones habitaban el ágora de una ciudad amedrentada y prisionera. Y sin embargo basta charlar un rato con quienes se dejan la piel para mantener esas terrazas abiertas para entender que están de todo menos contentos. Los precios de los alimentos y de la energía se comen la poca recuperación del negocio, después de dos años de vacas escuálidas. Ni encuentran mano de obra suficiente para atender tanta demanda ni pueden trasladar a clientes los precios de mercado porque temen volver a quedarse con las terrazas vacías. Y llegamos tarde.

Tenemos al gobierno regional tratando de gestionar a trancas y barrancas los fondos europeos creados para paliar los efectos de la antepenúltima crisis, pero desde que Bruselas lanzó toda su artillería contra la pandemia, se nos han presentado otros dos nuevos e inesperados cisnes negros que atenazan la economía: una guerra en suelo europeo que paraliza la inversión y una inflación galopante que cobrará toda su envergadura en cuanto el Banco Central Europeo comience a subir los tipos de interés, este mismo mes. Los tambores de recesión se escuchan ya cerca, hacen falta protocolos de actuación. Hay que darse más prisa, diseñar por adelantado a escala local y regional medidas paliativas, antes de que llegue lo que está por venir. Hay que prepararse para el cierre de muchas pymes.

España perdió el año pasado 300.000 empresas y el fin de la moratoria de concursal precipitará otra avalancha. No se puede esperar a que se precipiten los acontecimientos para preparar el plan de contingencia, se trata de intentar ir un poco por delante de la amenaza, no necesariamente con ayudas directas, sino, partiendo de la base de lo más lógico, de avanzar con imaginación. Lo más lógico y necesario es que las administraciones actualicen sus pagos pendientes y deudas con las empresas.

Quizá sean necesarias prolongaciones en los plazos de pagos fiscales en condiciones razonables, que aporten algo de oxígeno. Quizá no sea este el momento de imponer la factura electrónica, un esfuerzo financiero inasumible por ahora para muchas firmas. Quizá haya que adaptar el sistema social para paliar un nuevo tipo de pobreza, la pobreza energética, y comenzar a fijar un criterio sobre cómo administrar de forma eficiente unos recursos energéticos más caros que nunca y potencialmente escasos con la llegada del invierno.

Hay que hacerlo ya. No vale esperar a que marque la pauta un gobierno central, que pende del hilo de un presidente emasculado por la sociedad sobre la que sustentó su gobierno. Igual que el hombre del tiempo nos adelanta a qué hora va a llover o no pasado mañana, hay proyecciones para calcular cuántos parados más vamos a tener en Salamanca con el precio de la gasolina a tal o tal nivel.

Es necesario prever cuántas víctimas económicas tendremos que enterrar con cada décima adicional de IPC y preparar respiradores para empresas, autónomos y familias, antes de que sea demasiado tarde. Es necesario calcular cuántas hipotecas dejarán de poder pagarse cuando los tipos de interés históricamente bajos se vayan encarrilando a buen ritmo al menos hacia el 2%.

De lo contrario, solo nos quedará resignarnos a un nuevo retroceso y a perder otra generación. Solo nos quedará el llanto de plañideras sobre un tejido empresarial de nuevo devastado y la mala conciencia de no haber hecho nada de lo que estaba en nuestras manos para evitarlo. Bien resuelto , que diría el presidente.

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