Presencialidad segura
Los protocolos nos rigen desde hace tiempo. En una capital como la nuestra, en la que uno de cada cuatro habitantes es estudiante, profesor o ... administrador de un centro de enseñanza superior, las universidades constituyen el paradigma de la protocolización. A los equipos de gobierno de las facultades se les encomienda la titánica tarea de idear fórmulas que hagan realidad el sagrado dogma de la presencialidad segura. Soy profesor en la de Derecho y doy fe de que el trabajo que allí se está realizando es inmenso, aunque creo que se están desperdiciando demasiados esfuerzos.
Llevo treinta años de docencia universitaria al lomo y sé que el contacto directo entre profesor y alumno es insustituible. No quiero pensar que sean otros los motivos que han llevado a las autoridades a sostener machaconamente esa presencialidad de escaparate. Lo que estamos haciendo este curso no es más que un patético querer y no poder, pero quienes mandan se resisten ante la evidencia. Dividimos los grupos entre cuatro para que los alumnos puedan asistir a clase una semana de cada mes, si no están infectados o sometidos a cuarentena. Con frecuencia, no hay más que tres o cuatro estudiantes en aulas con capacidad para cien. Ante ellos, un profesor transmite al mismo tiempo su clase por streaming al resto.
Llegaron los exámenes y quisimos tomárnoslo en serio. Nada de ponerse al otro lado del cable a responder un test, que el fraude está a la orden del día; hay que comparecer ante el tribunal. Los alumnos se opusieron invocando razonables motivos sanitarios, pero toparon con la oposición de los Rectorados a cualquier forma de virtualización. De pronto, ese señor que dicen que es Ministro del ramo bajó del Parnaso y, antes de disiparse en una nube, proclamó su apoyo al estudiantado, dejando caer que las Universidades podrían haber malversado el dineral que otorgó el Gobierno para fortalecer sus infraestructuras. Disputas online aparte, que nadie se altere, pues todo se puede arreglar: quien lo necesite, que excuse su presencia. Basta que suscriba una declaración de que así lo exigen unas circunstancias personales que nunca podremos comprobar.
En beneficio del espectáculo, el virus nos convierte en administradores de meras ilusiones. Lo lamento; podríamos haber llegado a esto de un modo más sincero y más sano.
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