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Recientemente han vuelto a preguntarme qué importaría yo de la política alemana al ruedo español, una pregunta que, por cierto, nunca me han hecho a la inversa y que merecería también una reflexión en sentido contrario. Tras el preámbulo en el que desmitifico la política teutona, que merece sus propios dimes y diretes, la respuesta aterriza sin remedio en la “Elefantenrunde”, traducido ronda de los elefantes, que siempre he admirado. Cada noche electoral, después del cierre de las urnas y con el recuento de los votos ya avanzado, se reúnen en un plató de la televisión pública alemana los candidatos de todos los partidos para debatir sobre el resultado. Se ayudan los unos a los otros a interpretar el mandato del electorado y se cuestionan sobre las intenciones de cada cual, de cara a la incipiente legislatura. Desde mi perspectiva españolita, me asombra y maravilla la cordialidad con la que transcurre esa tertulia, a pesar de que se dicen verdades a menudo lacerantes. Cualquier desliz de desenfreno verbal hacia el contrario supone la muerte política del penitente que caiga en tal luctuosa tentación y, sinceramente, prefiero esa contenida corrección a la corrala barriobajera en que he visto a veces convertido el Congreso de los Diputados, una pajarera en la que se acusan unos a otros de las peores troplelías y arrastran con ello por el fango nuestra esperanza de que la política se eleve, para poder cumplir efectivamente con su función.

Alguien en la mesa me consoló, recordando que hubo un tiempo en el que ese tipo de debates crecían también entre la foresta de la política española. Me remitió a un amarillento vídeo que puede verse libremente en YouTube, una reliquia de la Transición que debería formar parte del patrimonio político protegido. Se trata de un capítulo del programa La Clave, dirigido por José Luis Balbín y emitido el 1 de octubre de 1982. El 28 de ese mes se celebrarían las elecciones adelantadas por Calvo Sotelo y en el programa intercambiaron pareceres figuras tan opuestas como Landelino Lavilla, Manuel Fraga, Alfonso Guerra, Santiago Carrrillo, Agustín Rodríguez Sahagún, Miquel Roca y Xavier Arzallus. Cuarenta años de pátina permiten juicios inclementes sobre cada uno de aquellos personajes, pero sus buenos modales son indiscutibles. Balbín, envuelto en un halo profético, los puso a debatir sobre la película “Todos los hombres del rey”, dirigida por Robert Rossen en 1949 y basada en la novela homónima de Penn Warren, que cuenta la historia de un político surgido del pueblo estadounidense y que termina siendo más corrupto que aquellos a los que quería denunciar en los comienzos de su carrera. Las lecturas son inagotables, lo sé, pero me quedo con la parte edificante, una estimulante tertulia en la que españoles de todo pelaje podían compartir charla sin demoler la convivencia. Se me antojaba delicia del pasado, especie política ibérica extinguida, hasta que la semana pasada compartieron conversación educadamente tres alcaldes de Salamanca, procedentes de diferentes tiempos y posiciones políticas, pero unidos por el denominador común del aprecio por esta ciudad nuestra, tan privilegiada en su acervo como castigada por las administraciones centrales. Carbayo, Málaga y Mañueco, no necesariamente por este orden, intercambiaron puntos de vista y coincidieron en verdades comunes, propiciando así la necesaria polinización entre ideologías diferentes y tendiendo acuerdos de base que ayudan a identificar los vectores políticos sobre los que es necesario centrar la acción. Demostrando que hay verdades de cajón de madera de pino e intereses de todos los salmantinos muy por encima de las estrategias de cada partido político. No se me ocurre mejor manera de celebrar el centenario que recuperando ese primaveral intercambio. Quizá sea posible todavía recuperar el espíritu constitucional. Quizá en este barrizal de venta al regateo de principios irrenunciables, espionajes e ingobernabilidades, sea factible aún recuperar un par de muebles y volver a empezar.

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