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Me enteré de la última diarrea verbal de don Pablo Fernández en las Cortes de CyL estando a unos cientos de kilómetros de casa pero, aun así, me alcanzaron las tufaradas del procurador podemita. El pleno se había reunido para votar la Proposición No de Ley (PNL) presentada por el Partido Popular en contra de los indultos a los separatistas catalanes y, el secretario general de Podemos en Castilla y León, olvidando el decoro que debiera tener como predicador parlamentario a sueldo, embarró una vez más la piel de alabastro del hemiciclo con su retórica fecal y malsonante. Y todo ello sin necesidad de tener que correr a esconderse tras los matorrales como hacen los caganer con barretina de los belenes navideños. La verdad es que no sé qué musas pueden inspirar las sucias peroratas del político leonés, quien, autocomplaciéndose en lo escatológico, acostumbra a hacer oposición evacuando porquerías. ¡Por favor, papel higiénico para vendar la boca de tan cochina señoría o, mejor, a aliviarse al corral! Los salones de la democracia son espacios para la avenencia y desavenencia política, no vulgares estercoleros.

Pero la casta podemita, desde su aparición, sufre de cacoquimia, esa forma femenina del latín medieval cacochymia y del griego kakochymía (la Ley Celaá nos va a dejar etimológicamente muertos) que viene a traducir el mal estado de sus humores y una extrema desnutrición en el respeto y en el lenguaje, ambos, principios básicos de toda convivencia. Con tal degeneración no debiera sorprendernos la patada que se está propinando a las Lenguas Clásicas y las Humanidades. Los pactos del sanchismo con gente sucia hacen escuela y el ocaso social e intelectual ya se advierte en la calle. Dan asco las odas con las que se desbravan los pruritos adolescentes de algunos ellos, ellas y elles, y los oídos se revientan con el solo eco de la guarrería ilustrada que pisa el asfalto y la moqueta de las instituciones. Si como dijo Horacio «la palabra, una vez hablada, vuela», las cacas de Pablo Fernández deben de tener ya corrompido el aire de la sede de las Cortes de Castilla y León. Y todo porque el gachó es incapaz de hacer política con verbo limpio. ¡Aggggg!

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