Operación retorno
Una señorita repasa en la pantalla televisiva las normas de circulación, a modo de paternalista caricia en el cogote a los tropecientos mil conductores que ... estos días emprenden la operación retorno, y comienza a faltarme el aire, mientras me voy hundiendo en el sofá, presa de una angustia kafkiana. Les recuerda que tienen prohibido no solamente atender el teléfono móvil o escuchar música con auriculares, normas que establecen lo obvio, sino también estirarse, circular con poco combustible en el depósito, discutir con el copiloto e incluso meterse el dedo en la nariz. A continuación la señorita ha subido a un helicóptero de la policía desde el que muestra cómo, gracias a unos potentes teleobjetivos digitales y a través de las lunas delanteras, los agentes se cuelan en cada vehículo para vigilar el cumplimiento de tan exhaustivo código. Para registrar nuestra casa, la policía necesita una orden judicial, pero el interior de nuestro coche ha dejado de ser un espacio de privacidad y se vigila de oficio. La señorita sonríe, quizá complacida por el hecho de que el Estado tenga potestad para acabar tanto con las discusiones conyugales como con ese sucio hábito de exploración nasal, ambas prácticas tan groseras y de mal gusto, mientras yo padezco un ataque de claustrofobia normativa. Se van a salvar muchas vidas, alega, como si por reglamento o decreto hubiésemos dejado de ser esos ríos que van a dar a la mar de Manrique, como si se nos pudiese negar nuestra propia responsabilidad y se nos pudiese convertir en párvulos tutelados por nuestro propio bien. En El Castillo de Kafka circulaba más el aire y el individuo no estaba sometido a tanta presión alienante.
Quizá porque apenas conduzco no estaba al tanto de algunas de estas normas, lo que no me exime de su cumplimiento. ¿Pero quién podría conocer en detalle una normativa que nos somete en términos tan absolutos? Sería necesario algún tipo de resumen. Si hasta Dios encerró en dos sus sucintos y eternos diez mandamientos, ¿cómo cabe esperar que nos hagamos cargo de una ley diseminada hasta la dimensión microscópica y que además cambia a cada rato? ¿Tocará este otoño puertas de comercio abiertas por pandemia o cerradas por ahorro energético? Los combustibles fósiles pasaron de un plumazo de constituir un crimen de emisiones a estar subvencionados a través de las gasolineras. Y las heces de los perros hay que recogerlas en una bolsita porque contaminan y apestan, pero con sus orines pueden ensuciar libremente las puertas de las casas. La ley, obtusa, diferencia en su condena hasta los diversos excrementos animales y, en su afán por legislarlo absolutamente todo, cae en un absurdo sin margen para el sentido común ni para el ejercicio de la ciudadanía. ¿En qué momento renunciamos a la responsabilidad personal de enjuiciar el propio comportamiento y actuar en consecuencia para tragar con el “amarás al Estado sobre todas las cosas y a sus tres o cuatro poderes como a ti mismo? ¿Y en qué momento decidimos democráticamente que la Ley que todos hemos de respetar, esa convención tan necesaria para la convivencia, ha de referirse con cobardía a la calderilla y evitar enfrentarse a los verdaderos males que nos afligen?
Puestos a legislar, legislen la absoluta transparencia en la concesión de las ayudas europeas por parte de las autoridades públicas; impidan por ley los contratos públicos con empresas o individuos que tengan cuentas en paraísos fiscales y creen los necesarios mecanismos de control, como registros públicos de dueños no solo de empresas, sino también de fideicomisos y fundaciones; obliguen a publicar la totalidad de las transacciones y acuerdos fiscales entre empresas y gobiernos; y obliguen a las multinacionales a cotizar en cada país en el que operen de acuerdo a los beneficios obtenidos en ese territorio. Se nos escapa mucha más energía por las puertas giratorias que por las puertas de los comercios, sin que nadie entre a legislar ese tráfico de influencias y favores estatales entre la élite empresarial y la élite política. Se nos escapan recusos para nuestros colegios, hospitales y autopistas. Legislen, legislen, pero permitan que circule el aire y emprendan con sensatez la operación retorno desde la legislación del comportamiento a la legislación de las grandes esferas del bien común.
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