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LAS mujeres afganas son como las demás. Tienen el mismo corazón y las mismas ganas de amar y ser amadas. Solo su suerte es diferente. Han nacido en un país que las condena desde el mismo momento en el que nacen. No pueden estudiar, hacer deporte, hacerse fotos, llevar pantalones, viajar en autobús... Ni siquiera pueden reírse o dejar que un extraño escuche su voz. Su vida no es vida tras esos burkas que son cárceles y si no tienen marido o se quedan viudas, su existencia está condenada a una caridad en la calle sin lavarse o cambiarse de ropa jamás.

Señalo solo alguna de esas treinta prohibiciones “solo para mujeres”, que han de unirse a las del propio país, al que le está vedado divertirse, cantar, ver películas, celebrar el año nuevo y hasta echar a volar las cometas. Durante un tiempo de espejismo, algunas cosas cambiaron y pareció que existía luz al final del camino; pero tras años de intentos americanos, británicos y soviéticos, los talibán, esos fanáticos religiosos que no han avanzado desde la Edad Media, se han acabado imponiendo de nuevo.

La historia del país demuestra que es inexpugnable. Por su orografía y por la brutalidad de sus caudillos religiosos. Sentir que el mundo entero es incapaz de poner freno a la barbarie de un país subraya nuestra propia fragilidad. Esa que se acrecienta con el fanatismo religioso al que habría que poner freno como fuese. Algunos pensarán que hay que respetar las creencias de todos y su modo de vida; pero yo creo que solo hay que hacerlo en tanto en cuanto respeten los derechos humanos y la dignidad, por supuesto, independientemente del sexo. Jamás diría que hay que ir en contra del Islám, pero el fanatismo islámico debería de ser rotundamente erradicado, como el de cualquier otra religión. Para mantener a salvo a la humanidad y sobre todo a las mujeres, a las que cualquier vaivén de la historia o cualquier crisis, nos hace retroceder, sin remedio. Sopas y sorber no puede ser. Así que es imposible pretender que se puedan aceptar determinadas costumbres o prácticas que van en contra de los derechos de las mujeres, pensando que, aunque las releguen a un segundo plano de la sociedad, son respetables. No lo son. Y quienes se las imponen, tampoco. Y si no las podemos frenar en Afganistán (que esperemos que haya algún modo de hacerlo, aunque no parece que vaya a ser fácil) tenemos que intentar que no invadan esos otros territorios donde tanto nos ha costado ir conquistando, poco a poco la libertad. ¿Alguien lo quiere discutir? ¿Los mismos que se tiraban de los pelos porque había tropas extranjeras en Afganistán y ahora reclaman que intervenga la OTAN?

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