Metaverso
Las cifras de inversiones en el metaverso quitan el hipo. Según las declaraciones fiscales de 2020, solo Mark Zuckerberg había invertido hasta final de ese ... año 18.500 millones de dólares, que a estas alturas deben haberse doblado. ¿Dónde va toda esa inversión, en lugar de a construir viviendas, clínicas o redes de telefonía, capacitar jóvenes, plantar frutales o incluso alimentar la banca de inversión, que en este siglo ha pasado también a formar parte de la trasnochada economía real? Pues por lo visto Zuckerberg está creando Horizon Workrooms, una realidad virtual que sirve para teletrabajar. La multinacional Nvidia, por su parte, está desarrollando una plataforma metaversa con fines industriales y ha llegado a un acuerdo con BMW para crear una réplica virtual exacta de la fábrica de los alemanes en Regensburg. Hasta ahora esta realidad aumentada servía solo para jugar y consumir, con ambición de espacio de encuentro social virtual, pero ahora la economía real se plantea descentralizarse hacia el metaverso. Al contrario que Internet, donde todo cabe, el metaverso cuenta con espacio limitado, debido a la necesidad de almacenar ingentes cantidades de datos. Y todo el mundo quiere estar ahí: en 2024 generará un negocio de 800.000 millones de dólares. Esa tensión entre la oferta y la demanda de espacio tiene como consecuencia que, mientras en la economía real nos las vemos y deseamos para pagar la hipoteca de nuestras cuatro paredes, sobre todo ahora que el Banco Central Europeo ha iniciado su serie de subidas de los tipos de interés, hay codazos para pagar más de un millón de dólares a tocateja por un apartamento virtual e intangible en el metaverso. Que mientras España sigue teniendo la peor tasa de paro de Europa, en el metaverso hay ofertas de empleo para cosechar alimentos que no existen, construir casas digitales o guiar a nuevos usuarios. Es una locura, pero por lo visto es el futuro. Asusta el cambio de mentalidad que nos hará falta para participar de forma provechosa en esa nueva economía virtual, pero soy relativamente optimista. Al fin y al cabo, si lo miramos bien, ya estamos conviviendo con metaversos y los sobrellevamos. Si nos fijamos en las Cortes, por ejemplo, vemos a dos Españas irreconciliables, dizque incapaces de hablar entre sí para hacer funcionar el país o de encontrarse pacíficamente en la plaza pública. Ese es el metaverso de la política, mientras que lo que vivimos a pie de calle es una sociedad real que trabaja junta, con sano orgullo por lo suyo y sin preguntar al vecino qué vota antes de remangarse. ¿Acaso alguien preguntó la afiliación política de los cientos de charros y charras que desfilaron la semana pasada en la Ofrenda Floral? En absoluto. Lo que se veía en ese desfile eran horas y horas de ojos cansados de bordadoras, pies doloridos y la voluntad de que hasta el último de los abalorios contribuya a enraizar a las nuevas generaciones con la propia tierra. Lucha contra la despoblación y prueba de que hay vida más allá de la política. O miremos, por ejemplo, a la gestión cultural, concretamente al ministro Iceta, que ni siquiera cuenta con una licenciatura universitaria, que como elefante en cacharrería es capaz de incendiar con sus declaraciones hasta el siempre en calma Camino de Santiago, que entiende la Cultura como el reparto de bonos para “gastar en cultura”... lo que vemos no es más que otro avatar de metaverso, ajeno por completo a la Cultura real. Cultura real, es, sin ir más lejos, Paco Udaondo, que lleva ya meses trabajando en el 50º aniversario del Coro Tomás Luis de Victoria, que reunirá en Salamanca a unos 400 cantantes, el mayor evento cultural con el que pueda soñar la Pontificia y que seguramente colgará el cartel de “completo” en los hoteles de la ciudad, sin que ni el rectorado ni el Ayuntamiento se hayan dado todavía por enterados. Por todo esto no me da miedo el metaverso. Sabemos cómo lidiar con él. Al contrario, ojalá fuéramos de los primeros en estar presentes, en lugar de terminar siendo colonizados por esa próxima economía, pero sin renunciar a esta otra, la realidad real. Con el sano orgullo de reconocer que bienes tan reales como el jamón o la energía eléctrica salen de estas tierras y de estas presas, y con la sana aspiración de que nuestras empresas y nuestras universidades se impliquen en el desarrollo y el diseño de ese metaverso que dará forma a las próximas décadas.
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