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A eso de las siete menos cinco del pasado viernes, cuando apretaba el frío y en las emisoras de radio que llevaban conectadas seguro que atronaba el heavy metal de nuestros políticos arrojándose unas cuantas piedras unos a otros, algunos taxis entraron por la puerta sur de la Plaza Mayor, en lo que uno pensaba que era una más de las manifestaciones que estos días protestan por los mil y un asuntos que no acaban de funcionar como nuestras queridas autoridades nos habían prometido en sus interminables discursos y campañas electorales que harían cuando ellos acaparasen el poder.

De pronto, los taxistas abrieron las puertas de sus autos y de ellos empezaron a salir unas cuantas parejas de ancianos que con sus pasos lentos y mientras el reloj de la fachada del Ayuntamiento daba las siete en punto de la tarde se acercaron al centro, donde comenzaba a sonar por los altavoces música de Navidad y las luces de la campana instalada en mitad de nuestra Plaza Mayor comenzaba a parpadear al compás de la entrañable banda sonora.

No. Los taxistas, en esta ocasión, no venían a manifestarse sino que se habían acercado a alguna de las distintas residencias de la ciudad a recoger a estas personas mayores y acercarlas durante unos minutos a la plaza.

Lo ofrecido no era verdaderamente un grandísimo y memorable espectáculo, pero los ojos y las caras de gratitud y felicidad de esta gente se iluminaba sonriendo y aplaudiendo mientras abrían la boca sorprendidos como si realmente estuvieran contemplando una de las más grandes maravillas que puedan haber disfrutado a lo largo de sus ya largas vidas. A juzgar por la luz que iluminaba sus caras, no me extrañaría que esa noche cuando volvieron al nido, contarían en el transcurso de la cena a sus amigos de la residencia esta pequeña aventura que habían vivido gracias a este viaje en taxi a la Plaza Mayor como si acabasen de regresar de la más increíble y alucinante excursión al fin del mundo.

No sé a quién se le habrá ocurrido este pequeño y humilde gesto hacia algunos de nuestros mayores, pero desde aquí quisiera agradecérselo. Este mundo arisco, oscuro y terrible que estamos creando anda más bien escaso de este tipo de iniciativas que reconfortan un poco el alma y puedan hacernos sentir un poco más humanos a todos.

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