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Aun duplicando el número de caracteres, Twitter me sigue pareciendo un medio precario para opinar. Por eso, celebro que siga habiendo cultivadores del género epistolar. Ejemplo de ello lo encontramos en un puñado de militares retirados que han expresado su forma de ver las cosas ante el único que luce cinco estrellas de cuatro puntas.

Extenderse más de 280 signos ayuda a conocer al autor. No seré yo quien desprecie los galones de la edad, pues mucho podemos aprender los menos viejos de los que ya hicieron tantas estaciones. Por ello aprecio sus argumentos, pero me preocupa que, desde posiciones bien definidas, se invoque el sagrado nombre de la Constitución que juraron cuidar. Ellos compartirán conmigo que la vocación de servicio propia del militar no se extingue con el retiro, pero también deberían recordar que, en democracia, un soldado se entrega a la defensa de los valores del sistema y nunca ha de interferir en el desarrollo del juego político. Estos jubilados abusan de su condición de pensionistas.

En estos días también se ha conocido el chat de un grupo de WhatsApp compuesto por otros cuantos militares del aire jubilados. Algunos cambiaron de alas en su juventud en beneficio de su faltriquera. No hablando de cosas diferentes, en él se expresan mucho más crudamente, jaleándose entre ellos. También Twitter les fue insuficiente. “No queda más remedio que empezar a fusilar a 26 millones de hijos de puta”, escribió uno con tinta electrónica. Ya, ya sé que en privado cualquiera puede barbarizar, pero preocupa que el saldo resultante sea tan preciso y, sobre todo, que se proclame con esa procacidad patibularia colectiva. ¿Quiénes serán carne de paredón, y a quiénes otorgarán estos espadones de medio pelo la gracia de seguir viviendo? ¿Perdonarán a todos los niños y ancianos del país, o sólo a los hijos y abuelos de los españoles de bien que madrugan?

Pienso en esos veintiún millones de redimidos a los que estos ultras consagran tan erróneamente su cruzada. Por eso, a nuestros políticos -a los crean realmente en el sistema, con sus graves imperfecciones- debemos exigirles que su silencio no dé pábulo a ninguna esperanza entre esta gente. Le tomo prestadas las palabras a Pablo Casado: “es la hora de poner las cartas boca arriba; hasta aquí hemos llegado”.

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