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En esta época donde vivimos con ese monstruo que nos han colado como “nueva normalidad”, ya nos conformamos con tan poco, que el hecho de que Igea haya tenido a bien levantarnos las restricciones nos parece motivo de celebración. Triste. Pero el que no se consuela es porque no quiere.

No nos engañemos, este año la cuesta de enero nos va a venir en octubre, porque en verano, entre escapadas a la playa y tintos de ídem, no hemos querido ser conscientes del chaparrón que se nos venía encima. Las penas al sol son menos menas. Qué pena.

Como decían antaño, vamos de culo, cuesta abajo y sin frenos. La bofetada va a ser aúpa y más si tenemos en cuenta que los que nos tienen que “cuidar” están más pendientes de mantenerse en el trono, que de dar un empujón a la cosa.

Y el turismo ¡ay el turismo! Que antaño fue santo y seña, fuente de ingresos y de orgullo de esta nuestra ciudad; El turismo está herido de muerte y se desangra por la herida abierta por donde no dejan de meter la puya los mandos nacionales (no esperábamos menos de ese clan) y mandos regionales (sorpresa non grata). Menos mal que los locales, los nuestros, los de aquí, están al pie del cañón buscando parchear y que el barco no se hunda.

Pintan bastos, y estamos tristes. No está el ánimo para emprender, para mover el dinero, para generar empleo ni riqueza. Fijo que más de uno ha vuelto a colocar sus ahorros debajo del colchón a la espera de tiempos mejores, o al menos, menos malos. Da miedo, mucho.

¿Pero sabéis? Después de la tormenta llega la calma, cuando la noche es más negra es justo cuando empieza a amanecer, es imposible llegar a ningún lado si no damos un primer paso. Somos charros, somos duros, rancios, cabezones. Para lo bueno y para lo malo. Pues hagamos que esta vez sea para lo bueno. Sacamos nuestra raza, nuestra sangre taurina, nuestro temple en la plaza en un día de faena, que este miura viene resabiado, pero tenemos cuadrilla de sobra para parar, templar y mandar. Que nos vean desde otras ciudades y nos dediquen un ¡ole! sentido y sincero. Valor y al toro amigos.

No puedo terminar esta columna sin desear a un maestro y amigo que se ha ido que la mar lo acoja en su seno y le dé la paz que él merece, que es la misma que daba a los demás.

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