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Les aseguro que no era esto, no era esto

Sábado, 14 de noviembre 2020, 04:00

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Hay abrazos políticos famosos, como el de Vergara entre Espartero y Maroto, con el que acabó la primera guerra carlista. En nuestros tiempos, el no menos célebre pintado por Juan Genovés, en que gente anónima, de espaldas, festeja la amnistía. Titulado “El abrazo” se convirtió en icono de la transición. A la lista se sumaron después, otros achuchones -como diría mi amigo Pepito-, alguno tan significativo como el que se dieron Pedro Sánchez y Pablo Iglesias a las cuarenta y ocho de arrebatar la presidencia a Rajoy. (Jesús Lillo en ABC lo llamó “el achuchón fundacional”). El último estrujón, si no físico, sí político, es el que se acaban de administrar a tres bandas, felices ellos, Pedro, Pablo -que ha evitado el abrazo de Ciudadanos-, y Otegui. O sea, que el infumable de Sánchez no solo se ciscó en su palabra en el primer mimo, caricia política a Iglesias (no podría dormir tranquilo ni él ni los españoles negociando con Podemos), sino que se ha vuelto a hacer de vientre, una vez más, en aquella declaración televisiva de “no pactaré nunca con Bildu, nunca, ¿se lo repito?, ¿cuántas veces quiere que lo diga?”. Con menos, un simple beso, entregó Judas al Señor.

No hace falta ser un lince para deducir que el voto de Bildu a los Presupuestos del Estado español (no el suyo vasco, el que nos dimos en 1978 y los herederos de ETA quieren dinamitar), nos ha costado acercar terroristas encarcelados a penales cercanos a su caserío, variar el grado de muchos, prometer competencias en materia penitenciaria, y otras cesiones que cuando conozcamos nos helarán la sangre. La más grave es haber convertido al “Gordo” Otegui, el secuestrador de Javier Rupérez y de Gabi Cisneros, terrorista sin arrepentir, encubridor de los del tiro en la sien, en demócrata, hombre de paz, como la portavoz del siniestro grupo parlamentario Mercedes Aizpurúa, que fue condenada en plena democracia por apología del terrorismo. Y ya envalentonados por la sumisión, el entreguismo rastrero de Sánchez, ahí tenemos a su portavoz en el parlamento vasco, un tal Arkaitz (ojo, se apellida Rodríguez), escupiendo: “Nosotros vamos a Madrid a tumbar definitivamente el Régimen”, o sea, el instaurado por la Constitución de 1978. ¡Qué horror! Y todo el Gobierno callado como putas, con perdón de las putas. Los etarras dejaron de matar, cambiaron de nombre, Zapatero los legalizó, entraron en las instituciones y ahora ya están en la “dirección del Estado”, en expresión literal de Pablo Iglesias. ¿Qué estarán pensando las víctimas de ETA y entre ellas el excompañero y amigo Rupérez? Lo cierto es que prácticamente han ganado en su lucha contra el Estado, y la gente sin ver -o lo que es peor, sin reaccionar-, los ocho capítulos de la serie televisiva que relata de modo elocuente su delictiva peripecia.

Como viejo roquero, no he podido evitar el recuerdo de Ortega y Gasset. Es sabido que con Marañón y Pérez de Ayala encabezó el derrocamiento de la Monarquía de Alfonso XIII y la llegada de la IIª República. Pero al poco tiempo, merced a los conocidos desmanes republicanos, su honestidad intelectual le llevó a escribir un artículo -“El aldabonazo”-, que concluye: “Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República, con su acción, con su voto, o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos no es esto, no es esto”. Dudo que la juventud sepa quién fue Ortega, si una buena escopeta (como el cazador Juan Gualberto le pregunta a Delibes en “La caza de la perdiz roja”), un buen torero (de la dinastía de los Ortega), un filósofo (“hay gente pa tóo”), o una buena pluma. Lo cierto es que quien colaboró decisivamente al cambio de régimen, vista la amarga experiencia, acabó renegando de él. Los constituyentes no nos arrepentimos de haber colaborado a archivar el régimen franquista, ni menos a hacer una generosa amnistía y componer una Carta Magna que hizo de España un Estado social y democrático de Derecho. Ha sido un traidor a la herencia de aquellos socialistas como Ramón Rubial -presidente entonces-, y Felipe González - secretario general-, que colaboraron lealmente en ir de la ley a la ley, y de los socialistas que dieron su vida por ello a manos de ETA, como Ernst Lluch (por citar solo uno de la larga lista, porque fue parlamentario y ministro).

Hoy los etarras estarán brindando por su éxito, mientras los socialistas apesebrados (salvo dos o tres) sepultan sus discrepancias con Sánchez entre su trasero y su poltrona. ¡Qué vergüenza!

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