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Cuando José Mota creó el personaje de esa anciana metomentodo con aspiraciones de espía, se valió de la guasa para describir a un característico espécimen del costumbrismo celtibérico. Sobre la célebre anciana concurren elementos muy hispánicos que afectan por igual a hombres y mujeres: el irracional afán de meter el hocico donde a uno no la llaman, la afición de prejuzgar criticando a diestro y siniestro, o la desmesurada tendencia al morbo, por sólo citar algunos de los rasgos que distinguen su librea.

Lo que no sabía el humorista es el juego que Venancia Lengüeta -que así la bautizó- daría en nuestro desdichado contexto pandémico. Desde hace meses, vivimos condicionados por normas cuyo cumplimiento, obligatorio, está basado en la necesidad de prevenir el contagio. Es lamentable que el Estado tenga que amenazar con sanciones lo que deberíamos cumplir espontáneamente por el bien de todos. ¿Alguien se acuerda del horror que vivieron los hospitales o las residencias de la tercera edad? Veo a demasiada gente que se arriesga y nos arriesga, con la misma estupidez que demuestra el cleptómano cuando sisa un caramelo. Sin embargo, también en este terreno actúa sin descanso la vieja del visillo. Critica a quien hace o no hace; murmura entre el vecindario sus exclusivas, de las que siempre reniega, pero nunca habla con el imprudente para recordarle, sin acritud, su deber ciudadano. Entre tanto policía de balcón, propongo un poquito menos de susurro malicioso y un poco más de educación y de civismo.

Pero la vieja del visillo cuenta hoy con un instrumento con el que ya hubieran querido jugar Berlanga o Buñuel en sus películas, cada cual con su estilo: el smartphone. La vieja tiene ahora en sus manos un prodigioso instrumento en beneficio de su absurdo afán de notoriedad, de su pretendida superioridad moral y de sus likes. Tanto, que a la vieja le da igual ser testigo de una brutal agresión a una mujer a manos de un salvaje -menor de edad, por cierto- que asestó varios golpes en la cabeza a la víctima para luego apuñalarla. La vieja no hizo nada más que grabar el vídeo de la agresión para colgarlo en Internet. Y todo ello con pulso firme, a menos de dos metros y en presencia de un niño pequeño que, éste sí, hizo lo que pudo para evitar la paliza. Lo siento, no me vale que el vídeo sea prueba de la tropelía.

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