La claque
Sábado, 19 de diciembre 2020, 04:00
La Academia llama claque -nosotros clá-, al “grupo de personas que asisten a un espectáculo con el fin de aplaudir en momentos señalados”. ¿Quién ... decide cuándo se aplaude, cuándo forzar risotadas, pedir un bis, y provocar la adhesión de otros espectadores? El jefe de la claque. Sin su aliento no permanecerían en cartel algunas obras teatrales, verdaderos tostones. Sin embargo los cronistas, especialmente los “sobrecogedores” (del sobre de Judas con billetes) los reseñan como exitosos, amparados en los aplausos de la claque. ¿Cómo funciona? Comienza el jefe, le sigue fielmente, con un “entusiasmo indescriptible”, el grupito que asiste de gañote, y acaba buena parte del público pagano secundándoles, aunque la función sea una castaña.
Mis escasos pero fieles lectores ya intuyen qué derrota he tomado hoy. Espectáculo, aplausos cautivos... Sí, la curiosa especie de los aplaudidores políticos. El jefe de la claque de Felipe era Alfonso Guerra. Ahora el César social-comunista tiene quienes hacen de aplaudidores, reidores, provocadores y hasta masajistas con almíbar. Pero antes de que coja esa veredita política, déjenme que les diga que uno conoce el tema porque fue claquero. De joven pude ir de gorra a algunos estrenos teatrales, que económicamente me estaban vedados, integrándome en la tropilla servil de aplaudidores. Quien conocía a todos los jefes de claque de Madrid, sabía en qué bar próximo al teatro sentaban plaza, y fichaban a los palmeros, era Inocencio Arias. El más tarde popular Chencho era el conseguidor de todo en el Mayor “César Carlos”, en el que tuve la suerte de coincidir con él, y con otros salmantinos que acabaron siendo juez (Luciano Salvador), notario (Antonio Ledesma), abogado del Estado (Manolo Estella), y hasta Toisón de Oro (Víctor García de la Concha, asturiano que se hizo “salmantino” en la USAL). Pues Chencho, que en Exteriores ha sido de todo menos ministro, conseguía entradas para el estadio Metropolitano en días de lleno; y sabía cómo asistir por la cara -aplaudiendo con ganas o sin ellas-, a funciones teatrales. Cuando aceptó mi invitación para presentar su último libro en el Palacio de Figueroa, mi primo Manolo y yo tuvimos ocasión de rememorar aquellas vivencias de la España de los 60, como el inolvidable amistoso España-Brasil en el viejo Metropolitano, con el espectáculo de Garrincha y Pelé.
Se dice que la claque la inventó Nerón, reclutando miles de jovenzuelos para vitorearle cada vez que tocaba la lira y cantaba, como el magistral Peter Ustinov en “Quo Vadis?”. Muchos le han imitado a lo largo de la historia, pero Pedro Sánchez y la caricatura que ha hecho del PSOE han alcanzado cotas vergonzosas. Diga lo que diga -usualmente mentiras o medias verdades disfrazadas-, la bancada socialista no se limita a aplaudirle frenéticamente, sino que lo hace poniéndose en pie. ¡Eso es una claque disciplinada! Ignoro lo que anotarán los estenotipistas, para que conste en el diario de sesiones (solía hacerse entre paréntesis y en cursiva), pero supongo que reseñarán simplemente “aplausos”. Por el contrario otros grupos que le apoyan suelen exteriorizar -como diría Eugenio d’Ors-, “un entusiasmo descriptible, perfectamente descriptible”. Mientras, Iglesias elige la víctima de su próxima picadura de víbora.
Sánchez el embaucador, me recuerda a los charlatanes que plantaban su estalache durante las Ferias en la Plaza del Mercado. Vende, como ellos, un falso elixir curalotodo. Despacha “sanchismo” a granel, con innegable destreza porque sigue en el 28% de intención de voto. Como el legendario salmantino Palao, y -si me pongo pedante-, como el doctor bufo Dulcámara, de “Elixir de amor”, de Donizetti. ¿Cómo entender si no esa bancada socialista de lamerones, puesta en pie como por resorte, dando palmas al Duce, Duce... interrumpiendo sus parlamentos, y cada vez que desciende, con su aire de chuleta, de la tribuna? Dispone de lamebotas, lameculos, tiralevitas, en torno a Moncloa, que suman más que los de Nerón. Recluta una nutrida claque para cada una de sus interpretaciones, no solo de los miles de enchufados y chaqueteros habituales, sino especialmente de los plumillas, locutores de radio o presentadores de televisión, cuyos garbanzos dependen del descomunal aparato monclovita, y de Iván Redondo.
A la corte de aduladores de Sánchez -al que otros abucheamos justificadamente-, habría que recordarles que Dante los sitúa en el octavo círculo del infierno, entoñados en estiércol (que, por cierto, es como antaño curaban los catarros en Cerezal de Peñahorcada). Un enmierdado se lamenta: “Aquí me han sumergido las lisonjas/ de las que nunca se cansó mi lengua”. Vale, pero mientras los mandamos al infierno del ostracismo, por haber servido de claque miserable en “Espectáculos Moncloa”, ponen el cazo todos los meses. ¡Lamerones!
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