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Hablando en los últimos días con amigos y conocidos de Cataluña, pertenecientes a lo que podría denominarse ahora clase media y, sobre todo, a la clásica burguesía catalana, es decir, que se dedican a sus negocios y son autónomos o pequeños y medianos empresarios, he constatado una vez más el gran desconocimiento que tienen de la historia de su tierra, especialmente de lo sucedido durante la primera mitad del siglo pasado, con la Semana Trágica de Barcelona y con lo acontecido durante la Segunda República y la Guerra Civil en su territorio, como hechos principales. O no conocen esa parte de la historia o la conocen muy mal; y no sé lo que es peor. Estaban extrañados de la violencia que se ha adueñado de las calles estos días, protagonizada por grupos que se pueden considerar herederos de la extrema izquierda y de los ambientes anarquistas y libertarios de esa época del Siglo XX.

He tenido que recordar en esas conversaciones algunos hechos, como el que vivió el que era mano derecha del presidente Companys para las cuestiones de orden público, el militar Federico Escofet, uno de los personajes clave, junto a los mandos de la Guardia Civil, para que no triunfase el levantamiento del 18 de julio en la capital catalana. Pues bien, a las pocas horas de esos hechos, se tuvo que ir de Barcelona a Francia porque miembros de los colectivos de extrema izquierda querían “darle matarile”, con la excusa de que se había dedicado a salvar monjas. He insistido en esos diálogos en que, en aquellos momentos, el Gobierno de la Generalidad, presidido por Companys, quedó rebasado totalmente por los acontecimientos y aquello, lo de Cataluña, se convirtió en un guirigay de mucho cuidado.

Salvando las distancias y diferencias, que las hay, ahora sucede algo parecido porque el Gobierno catalán está desarbolado y, lo que es más importante, esos millones de votantes partidarios de la independencia y, en teoría, no violentos, procedentes en parte de esa burguesía, están como pollo sin cabeza, porque no tienen un líder claro al que seguir, ni en los restos de la antigua Convergencia, ahora PDeCAT, ni tampoco entre las huestes de ERC, que andan a la greña. Están todos contra todos y lo único que les une es el rechazo a España. Eso es bueno, porque andan desunidos, y a la vez malo, porque hay un gran vacío de poder, del que se están aprovechando los violentos para hacer de las suyas. Algo previsible, por otro lado, a poco que se haya estudiado la historia más reciente de Cataluña. Y eso conduce, sin duda, a crisis económica y empresarial. Pero los que tiraron las primeras piedras fueron los miembros de la burguesía catalana, muy vinculados a la Convergencia de Pujol y Mas.

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