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Cada mañana a la misma hora suena la misma alarma que anuncia que seguimos vivos y es la hora de levantarse. ¡Qué ganas de que suene ya la alarma que anuncie el fin de la pandemia! Pero mientras llega la hora y en espera de ese feliz momento, no nos queda otra que levantarnos del estado de semipostración o postración completa en la que este país y sus habitantes nos vemos inmersos cada día.

Ciertamente no es fácil levantarse cuando todavía no hemos terminado de caernos. Esperemos que a pesar de los politraumatismos sociales, económicos, anímicos, políticos, materiales y espirituales no llegue la sangre al río. Ahora bien, ánimo de amortiguar el golpe definitivo no se ve por parte de casi nadie. No son pocos los que hacen caso omiso de las correspondientes recomendaciones. Unos por inconsciencia, otros por ignorancia, algunos por rebeldía, los hay también por mamarrachería o estupidez supina elevada a la enésima potencia. Sumando todos, logramos un nivel de contagio espectacular que afortunadamente para muchos vivos está provocando, según ellos, pocas muertes. No alcanzo a entender en estos momentos la barra libre en ciertos locales de copas para los estudiantes recién llegados. Ni tampoco que algunas residencias universitarias permitan que la mitad de los residentes un martes a las seis de la mañana no estén ya en el interior de la misma... Por otra parte están los que aparecen todos los días en los medios tratando de poner remedios. Tarea ardua y difícil dado que de entrada no logran ni ponerse de acuerdo entre ellos. Lamentable espectáculo de la casta política a lo largo de toda la pandemia. Tendiendo a superarse cada día más, y más allá de lo difícil que resulta afrontar la realidad. Siempre se ha dicho que “la vergüenza era verde y la comió un burro”, en el caso de la inmensa mayoría de nuestros políticos en general y gobernantes en particular, no solo la vergüenza si no también la cordura. Ciertamente ¿es tan difícil anteponer los intereses generales a los intereses particulares? En vista de los acontecimientos me temo que sí. Pero aun así y a pesar de ellos, es hora de levantarse. No podemos continuar en caída libre y sin paracaídas. La sensatez de España nace de la sensatez de todos y cada uno de nosotros. Es hora de levantarse del pesimismo generalizado, es hora de levantarse de ese estado de cansancio y agotamiento anímico que trata de arrastrarnos a la resignación. No podemos quedarnos en la queja y el lamento, es hora de levantarnos y ponernos manos a la obra aportando esperanza y poniendo en valor las capacidades personales de cada uno por el bien de todos. Dicha tarea comienza desde lo más próximo, desde nuestro entorno más cercano, de menos a más. Ni miedo ni locura, sentido común. Es hora de levantarse.

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