Homenaje
Al primero que vuelva a sugerir que la despoblación no tiene remedio, que no queda más que contemplar desde el mirador de la impotencia cómo ... nuestro medio rural sigue siendo desventrado, que esto es lo que hay, que lo demos por muerto, que a ver de dónde se saca el dinero, que si no hay médicos no podemos pintarlos... al primero que se sienta tentado a tirar la toalla no cabe sino remitirlo a Emiliano Tapia.
Nada puedo añadir yo aquí a lo que dijeron todos los suyos en el homenaje con el que Torresmenudas ha abrumado a este sacerdote y sin duda líder social el pasado fin de semana. Como resulta imposible el relato de la trayectoria vital que justifica semejante oda, resumámoslo en solo dos palabras: compromiso y entrega.
Los frutos de esta escueta estrategia son innumerables y florecen mucho más allá de las parroquias rurales de las que se ha ido haciendo cargo, se desprenden de las ramas de varias comarcas, de las cunetas de Buenos Aires y de la cárcel de Topas, cuyo director, por cierto, se sumó también al festejo de quien seguramente le ha proporcionado varios serios dolores de cabeza.
La vida que ha ido infundiendo a su paso va mucho más allá de la población, tiene más bien que ver con la esperanza y con la certeza de que es posible hacer del mundo algo mejor, incluso aunque el mundo en el que nos haya tocado vivir haya ido perdiendo rostros en los que mirarnos y manos que trabajarlo.
No alcanzo a definir la fuerza que ha mantenido en pie durante tantas décadas semejante actividad, de naturaleza evangélica, pero sí puedo asegurar que este pasado fin de semana me he encontrado en Torresmenudas mucha más vida y bastante más profunda que esa con la que me cruzo en las superpobladas capitales europeas por las que habitualmente transito.
No quisiera yo canonizar al santo antes de tiempo, ni vestir a este para desvestir a otros, pero es evidente además que la mera presencia de una figura como la suya lava la cara de muchas otras ausencias. Y su trabajo adquiere una dimensión adicional en la medida en que nos inquiere a todos.
Nos anima a preguntarnos qué hacemos cada uno de nosotros con el tiempo, la energía y los recursos con los que contamos. Sin reproches, pero desde la autenticidad.
Y nos desvela lo sesgada que a menudo transcurre nuestra existencia hacia lo propio, en contraposición al bien común. Lo apartada que se pierde nuestra mirada antes las necesidades de todos.
Porque al final esa es la pregunta: ¿qué hago yo? ¿qué postura tomo yo con mi vida respecto al bien y respecto al mal? De nada sirve esperar que los políticos vengan a resolver la supervivencia de un pueblo que se extingue, si desde dentro no aflora una fuerza vital que lo mantenga en pie.
Y la mejor receta contra la despoblación es aferrarnos a esa fuerza y cultivarla con el mimo con el que nuestros abuelos cuidaban su humilde huerto, a base de azadón y riñones.
Siempre habrá mastuerzos que tiren piedras contra el tejado del vecino. Siempre habrá quienes miren a la provincia de Salamanca por encima del hombro y quien descarte a sus habitantes por ancianos o por insuficientes.
Siempre habrá quien la olvide y quien la confunda con “homónima”, como le sucedió no hace mucho a un conocido streamer.
Ese es, lamentablemente, el nivelito. Pero nunca nos han faltado y seguramente nunca nos faltarán figuras de referencia a las que sintamos la necesidad de agradecer en vida sus desvelos por esta tierra. Y en las que inspirarnos para construir un día a día con presente y con futuro.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión