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Hace casi 7 años que Màxim Huerta, ahora colaborador de nuevo de Ana Rosa, anunció que dimitía como ministro después de una semana en el cargo. Se sentía inocente, había pagado la multa de Hacienda, pero se fue. Y lo hizo, dijo, para que no se rompiera el proceso de regeneración democrática de Pedro Sánchez. Siete años después no se sabe de qué hablaba. Sí que cuando le comunicó su decisión y el motivo, el de no perjudicarle, se encontró a un Sánchez sólo preocupado por cómo le recordaría la historia.
Siete años después se ve que ese proyecto de regeneración democrática en el que creyó era de domesticación de la sociedad a semejanza del palo y la zanahoria del experimento de Skinner. Ese de la paloma que vive entre la palanca de comida y la pequeña descarga eléctrica. Eso que viene a ser vivir entre los viajes en tren gratuitos o el bono joven, y el castigo del control de servicios públicos o la desacreditación del que piensa diferente: que vienen a ser siempre los fachas y la ultraderecha y si no lo son, que lo sean.
Siete años después hemos normalizado lo inimaginable. Se ha transformado el sentido común y quien piensa diferente o como antes, es el raro. Hemos normalizado que un ministro bloquee a un ciudadano en las redes. O que esté en campaña para desvelar la identidad de tuiteros anónimos que piensan diferente.
Hemos normalizado que se pare un tren y se quede la gente dentro 14 horas, como si fuéramos un país sin recursos. Y que luego venga el autobús, la mantita y el dormir en el suelo hasta que digan.
Hemos normalizado que haya un apagón, que casi dos semanas después no sepamos qué pasó y nos abronquen desde el propio Gobierno por curiosos. Y que ahora posiblemente nos vayan a subir el recibo de la luz por ese apagón, sin más opción que pagar, hasta nueva orden.
Hemos normalizado que nos digan que fue un ciberataque y que mantenga el propio presidente el discurso incluso después de que Red Eléctrica dijera que para nada. Y que nos vendieran que lo del robo de cobre del tren fue un sabotaje, cuando la Guardia Civil habla de «robo con fuerza». Normalizamos que el Gobierno nos diga que 500 euros es poco y que lo de Jessica no es para tanto porque la gente no se pega por estos puestos de enchufe de 900 euros. Y poner en duda algo de lo anterior es ser facha. Y ser periodista y preguntar por Koldo es casi de antisistema. Y hemos normalizado, incluso algunos aplauden, que se pregunte a políticos y que no contesten.
Y ahora se ve normal que el Gobierno no tenga presupuesto porque la Constitución resulta que es interpretable y vemos normal que hagan una consulta sobre la opa de BBVA al Sabadell y no sobre el cupo catalán o el acercamiento de presos de ETA. Y nos parece hasta lo esperable que se convalide el decreto antiaranceles a cambio de darle más dinero a Cataluña por el voto de Junts.
Ya parece normal que en el aeropuerto Adolfo Sánchez vivan personas sin hogar y denuncien plaga de chinches y piojos. Normalizamos que nuestro presidente minimice los 5 muertos por el apagón porque «mueren más de 8.000 por el cambio climático». Normalizamos que nuestros impuestos vayan a que la tele pública compita con la privada y que no haya dinero para los enfermos de ELA. Normalizamos que si decimos esto, lo de los enfermos, nos llamen fachas y entonces, pues nos callamos. Para evitar problemas.
Casi hibernamos. Casi, porque normalizamos que TVE lance una nota contra TVE por la «familia de la tele». Es casi porque las audiencias confirman que casi no vemos ese programa. Resistimos. Aún queda la esperanza de despertar.
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