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Si te llama el Parlamento de España para que vayas a explicar o a defender tus argumentos, vas. El mayor honor que un país democrático puede otorgar a un homenajeado es prestarle la tribuna parlamentaria para, desde allí, dirigirse al pueblo. Y no cabe imaginar que tal agasajo resulte rechazado.
Se puede decir que es una obligación protocolaria o un soberano privilegio. Se puede sobrevivir con retórica retorcida o se puede, aunque no se debe, aprovechar la sobresaliente atalaya para devolver la pelota a los de enfrente. Esas son bajezas en las que parece inevitable caer en el día a día de la vida parlamentaria, pero nunca caer tan bajo como no ir. Se puede ser más locuaz o más torpe, más elegante o más marrullero, más seductor o más detestable, pero, seas quien y como seas, vas. Porque allí estamos representados todos los españoles y ninguno de nosotros puede creerse tan por encima del resto como para despreciar tal regalía y fuero. Pero si eres el presidente de España, entonces vas de cabeza. ¿Qué más podría pedir el jefe del ejecutivo, qué otra invitación más a su altura que acudir a elucidar ante tan ilustre foro, a comunicar y fundamentar la sólida posición del Gobierno respecto a determinados asuntos, en este caso la crisis migratoria, la postura del Gobierno sobre los resultados en Venezuela, y la no detención del prófugo Carles Puigdemont, cuando el pasado 8 de agosto dio un mitin en el centro de Barcelona? ¡Qué gran tarde nos ha arrebatado!
Sánchez ha despreciado la ocasión y se ha escondido bajo las faldas de sus socios para evitar dar la cara. Solicitadas en la Diputación permanente del Congreso diez comparecencias, ninguna ha salido adelante, debido a un empate técnico. Ya sabemos que Sánchez prefiere la comunicación epistolar, pero es que los sistemas democráticos establecen estos otros cauces, en los que el presidente queda sometido al control de los grupos parlamentarios, nunca tan dulces como el olor a fresa de los sobres para cartas de Hello Kitty. Será porque su estilo de vida parlamentaria es el de Cagancho: alguna genialidad y numerosas espantadas, pero Sánchez ha evitado de nuevo confrontarse con sus propias falacias. Sólo acertamos a vernos en el espejo cuando confrontamos nuestra verdad con la del resto... «Conócete a ti mismo», sentencia el pronaos del templo de Apolo en el Oráculo de Delfos, según el perigético Pausanias, sugiriendo así que de la verdad surge el poder. Y verdad, Sánchez no tiene ninguna que pueda defender ante el Congreso, de lo que se deduce el grado de fragilidad y desestructuración de su poder, sometido a los caprichos de sus amigos, que son ya sus peores y declarados enemigos.
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