Disfrutemos

Desde que el hombre es hombre, o incluso antes, la música ha formado parte insustituible de su existencia, tanto de la visible como la de la invisible. Igual que las madres acunan en su regazo, mientras entonan notas dulces que crean incorpóreos lazos de conexión con el recién nacido, nuestra civilización y todos los anhelos y valores colectivos que la sustentan fueron acunados en los inicios por voces ancestrales.

No en vano la Odisea, ese viaje universal, la semilla misma de la épica del vivir, no se contaba y mucho menos se leía en los libros antes de convertirse en el poema de Homero, sino que se cantaba, y así fue transmitida durante siglos por los aedos, que alteraban los versos al recitar y completaban la obra colectiva que fijó un modelo cultural milenario y aún hoy vigente.

La música comunica a pelo, directamente al alma. Dice sin decir y transmite sin cifrar y sin articular, emite mensajes imposibles de precisar pero perfectamente reconocibles por quienes la escuchan. Conecta a una escala y a un nivel que escapa incluso a la palabra porque nos hace vibrar a todos conjuntamente. Nos ensambla, nos empalma como sociedad, nos enchufa los unos a los otros traspasando todas esas barreras que nos empeñamosen levantar en el día a día.

Por eso disfruto tanto con sólo pensar en la Plaza Mayor llena a rebosar y con todos palpitando al mismo ritmo. No hay mejor fiesta que esa.

Cada uno somos como somos y yo seguramente no iría por mi cuenta a un concierto de Camela, no me lo tengan en cuenta, pero si a ese concierto se va con toda Salamanca, voy la primera y de cabeza, a empaparme de todo su gitaneo, a quedarme con lo mejor de su amor y desamor: a divertirme como la que más. Por la sencilla razón de que vamos todos juntos. Porque tenemos mucha suerte los salmantinos de poder disfrutar todos y a precio cero en nuestra plaza, seguramente todo un sinsentido para que quienes piensan que el dinero público debe reservarse para objetivos más aviesos, como la compra de voto cautivo en tiempos de final de ciclo político.

A nuestros conciertos se va gratis y entra todo en mundo, vote lo que vote y a botar conjuntamente a ritmos de lo más dispar: desde los Celtas Cortos y su antípoda María Toledo, pasando por satélites en órbita como Bonnie Tyler, hasta todos esos grupos que los boomers tenemos que buscar en Google y que nos deparan tan atractivas sorpresas como la energía de Sexy Zebras.

Habrá quien se ponga a sacar defectos al programa, en lugar de lanzarse sin red a disfrutarlo.Y, efectivamente, habrá que ir pensando en que estos conciertos tengan menor impacto estético en la Plaza. Si hemos logrado llegar hasta la Luna, ¿cómo no vamos a ser capaces de diseñar un escenario y un soporte lumínico más respetuoso con nuestro monumento? Pero tampoco querría yo una Plaza impoluta, como esos salones de casas en las que, nada más entrar, ves todo tan colocadito que entiendes que allí no se hace vida. Espacios perfectos, espacios muertos.

La nuestra es una Plaza muy vivida y espero que lo siga siendo durante muchos siglos más. Desde aquí mi gratitud a todos los que se ocupan de cuidarla y, muy especialmente, de los que estos días trabajarán para garantizar en el recinto la seguridad de todos. El reto es cada día más inabarcable.

Proliferan entre nosotros quienes no soportan ver este tipo de expresiones públicas y comunales de disfrute y libertad, quienes están dispuestos a reventarlas. La música es poderosa y su ritmo puede igualmente elevarnos al cielo o enterrarnos en los infiernos del rencor y la violencia. Pero es libre, nos deja decidir a cada uno la orientación de los latidos.

Así que sí, entreguémonos a esa manifestación festiva que nos une y que también nos muestra tal como estamos, en la misma Plaza y en el mismo barco.