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¿El tiempo es oro?

Centramos en una nueva etapa en la que una especie de turbocapitalismo nos fuerza a un pedaleo sin sentido para llegar lo antes posible a ninguna parte

Domingo, 8 de junio 2025, 05:30

Pasados los furores de la maldita globalización que nos atormentó durante varias décadas, entramos en una nueva etapa en la que una especie de turbocapitalismo nos fuerza a un pedaleo sin sentido para llegar lo antes posible a ninguna parte. La digitalización y las últimas tecnologías, que nos prometían más tiempo libre para el asueto, el holgazaneo y el esparcimiento en general, nos engañaron miserablemente. En el correo electrónico perdemos tiempo leyendo y borrando estupideces, memes, basura no deseada o almacenando fotos y vídeos que nunca volveremos a ver, dada la insaciable acumulación de materiales. Nos guste o no, somos esclavos del tiempo, hasta tal punto que lo primero que hacemos al despertar es mirar el reloj, bien sea para saltar disparados o para gozar de unos minutos más mientras nos desperezamos entre las sábanas. En realidad, a lo largo de nuestra vida dependemos tanto del reloj como del calendario; o sea, de cualquier instrumento que nos sirva para medir el transcurso del tiempo. Estrés, insomnio, irritabilidad, agresividad, hipertensión, problemas cardiovasculares y gastrointestinales, accidentes de tráfico, etc. pueden ser el resultado del uso de estimulantes que supuestamente ayudan a mantener el ritmo, a conciliar el sueño o simplemente a relajar el exceso de tensión acumulada.

Incluso en las relaciones sexuales parece regir la premura. Aquí te pillo, aquí te mato. Antes, con el fin de alargar el ritual amoroso se recurría a velas perfumadas, música relajante, iluminación tenue y otros medios que alargaran los flamígeros y eróticos momentos de emparejada intimidad sin apelar al asesoramiento de tántricos gurús expendedores de milagrerías.

La tan manida frase «es que no tengo tiempo para nada» se opone al tradicional concepto de lo «lento» que encontramos en el Diccionario de la RAE: «Alguien que actúa con poca energía o vigor… alguien tardo o pausado» y lo asimilamos, sin duda, a flema, cachaza, pachorra, persona perezosa y decaída en el obrar, negligente y, si se apura, hasta lerdo. Todas son connotaciones negativas. No lo entendía así Lafargue cuando escribió su famoso tratado de 1883 reivindicando la pereza. De hecho, ya el viejo Catón nos lo advertía: «Nunca se está más activo que cuando no se hace nada».

Muchos pensadores actuales han abordado la necesidad de repensar lo compulsivo, lo vehemente y banal de la acelerada sociedad contemporánea. Un papable reciente, demasiado joven aún para acceder a la silla de Pedro, el portugués José Tolentino, titulaba uno de sus ensayos «Pequeña teología de la lentitud». En el breve texto aproximaba este concepto al de virtud. Sin embargo, hay culturas donde la gente llega a padecer «vacacionitis», es decir, aborrecimiento al periodo vacacional. Por fortuna, aún no es nuestro caso.

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