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CHURRAS Y MERINAS

Las «garrofetes» del Papa Luna

Benedicto XIII fue objeto de polémicas y desdenes al compás de las distintas peripecias de la historia

Domingo, 20 de abril 2025, 06:00

Un ilustre filólogo y decano, Pedro Urbano de la Calle, evocaba a principios de los años treinta del pasado siglo la figura del cardenal Pedro Martínez de Luna –posteriormente Benedicto XIII— y el modo en que estableció nuevas cátedras, nombró un administrador del Estudio, aumentó los salarios del profesorado y logró del monarca Juan I dotaciones de veinte mil maravedíes para la Universidad de Salamanca, además de mejorar las condiciones del alojamiento de «maestros y estudiantes». Todo esto lo gestionó hábilmente este «discreto organizador y gobernante» en su calidad de Visitador de la Universidad de Salamanca en 1381. Posteriormente redactaría nuevos Estatutos, Constituciones y varias bulas complementarias, privilegios que se incrementarían a raíz de su llegada al Papado en 1394.

Sostenía Eugenio García Zarza en un estudio que su fallecimiento dejó inconcluso, que el Papa Luna fue uno de los grandes benefactores de nuestra Universidad, hasta el punto de llevarla a competir en igualdad de condiciones con las que entonces pasaban por ser las más famosas de la Cristiandad (Bolonia, Oxford, Cambridge y París). Tras los avatares desencadenados por el llamado Gran Cisma de Occidente –recordemos que llegó a haber hasta dos y tres Papas simultáneos-- y de su etapa de Papa rebelde y aragonés tozudo, Benedicto XIII fue objeto de polémicas y desdenes al compás de las distintas peripecias de la historia, dentro y fuera del seno de la Iglesia. A pesar de oscuros tiempos de desapego rayano en el ostracismo, la Universidad de Salamanca no se olvidó del excomulgado antipapa, aquel gran mecenas que contribuyó al brillante desarrollo de nuestro Estudio. Algunos expertos (Vicente Beltrán de Heredia, entre ellos) llegaron a considerarlo como el tercer fundador de la Universidad.

En el siglo XVIII Pierfrancesco Orsini adoptó el nombre papal de Benedicto XIII, borrando de este modo al tenaz Pedro de Luna, cuyos últimos años de exilio transcurrieron en Peñíscola. Y aquí viene la alusión al título de esta columna. Se dice que al final de su vida su salud era tan delicada que solamente podía ingerir comidas suaves y ligeras, sin grasas ni aceites, porque tenía el esófago en carne viva a causa de los medicamentos, además de un principio de úlcera de estómago. En consecuencia, requería alimentos que no resultaran pesados y fueran de fácil digestión. Ante lo alarmante de su debilidad, se buscaron diversas soluciones, hasta que un buen día se presentó en Peñíscola un sabio con la receta mágica: huevo batido o montado al que se le iba añadiendo azúcar, leche, harina de trigo y después se cocía. Es lo que hoy se conoce en la zona (y se vende) con el nombre de «garrofetes» del Papa Luna. Así gozó de una sana alimentación que le permitió vivir hasta los 95 años.

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