El viaje de Abilio
Guardias civiles, familiares y personal de la residencia buscaban a un «desaparecido», pero Abilio se había escapado para encontrarse
Era la hora de comer en la residencia y Abilio no se presentó. Nadie le había visto en toda la mañana y seguramente tampoco nadie le echó de menos. Hasta la hora de comer. No es nada extraordinario que suceda una cosa así en una residencia de mayores, en las que a veces la vida interior de los seres humanos transcurre por vericuetos muy suyos. El caso es que en la residencia Santo Toribio de la localidad vallisoletana de Mayorga saltó la alarma el pasado miércoles, el día de la resaca de las hogueras de San Juan.
La ausencia de Abilio, como la ausencia de cualquier residente internado en un centro asistencial de este tipo, preocupó seriamente al personal del centro y a la familia. Como es preceptivo, se dio aviso a las fuerzas del orden y se activó el protocolo de búsqueda. Y como es inevitable, terminamos por enterarnos los medios de comunicación. Abilio había «desaparecido». 88 años, andar encorvado, vestía un chandal oscuro. ¿Dónde estará Abilio? En estos casos los familiares se temen lo peor. Cualquier desgracia. Una persona mayor perdida, desamparada, expuesta a todos y cada uno los riesgos del tráfico, del calor, de los problemas derivados de la falta de motricidad. De los peligros de la vida. Seguramente se derramó alguna lágrima por el padre, por el abuelo. Hondo temor e incertidumbre.
Mientras crecía la preocupación, Abilio llevaba un buen rato experimentando su libertad. A primera hora de la mañana, en cuando pudo salir de la residencia Santo Toribio, tomo un autobús con dirección a Valladolid y desde la estación se buscó la vida para localizar la taquilla de la compañía adecuada y comprarse otro billete para Salamanca. Y en Salamanca, hizo lo propio para seguir viaje hacia su pueblo natal, Sanchón de la Sagrada. Fin de trayecto. Casa.
Guardias civiles, familiares y personal de la residencia buscaban a un «desaparecido», pero Abilio se había escapado para encontrarse. Pocas cosas hay tan humanas como dejarlo todo y buscar los orígenes, tomar el camino de regreso al primer escenario de tu vida, conectar con el principio de todo. Los motivos pueden ser muchos y variados. Sobre muchos de ellos el séptimo arte ha filmado muchas grandes historias convertidas en películas, grandiosas y mediocres. El viaje a lugar donde naciste es un trayecto inspirador, que se asocia con el cierre de un círculo vital.
Me ha faltado como lector interesado en esta historia aparentemente pequeña, conocer el punto de vista de Abilio. Qué le movió a salir discretamente de la residencia de Mayorga y faltar el pasado miércoles a la hora de la comida. No sé si algún compañero se interesará por esa otra versión del relato, pero entretanto yo he buscado su nombre en internet y tengo delante de mi una foto antigua, aunque en color, de un foro con noticias de pueblos de Castilla y León. Ante la puerta de una casa de pueblo, dos hombres posan con sendos instrumentos musicales. El comentario reza «Francisco y Abilio Carrasco, de Sanchón de la Sagrada. Se hacían llamar «los Pispiernos». No se distingue claramente qué instrumento porta el hombre de la izquierda. El de la derecha, supuestamente Abilio, sostiene un acordeón.
Las noticias narraban, con un punto de alivio, que Abilio había sido encontrado sano y salvo en Sanchón de la Sagrada. Abilio tal vez tuvo un momento de lucidez, de nostalgia, de añoranza de cuando era un «pispierno» despreocupado y alegre y tomó la vía mas directa a hacia sus recuerdos. Que en estos casos y estas tierras suele ser en autobús, porque en tren ya se sabe.
Que bien por Abilio, vaya.
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