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No puedo decirlo más claro sin caer en mi vertiente más soez. Ajo y agua. Este es el mensaje que están recibiendo de sus representantes políticos los ganaderos a los que les ha pillado la ya famosa Enfermedad Hemorrágica Epizoótica (EHE). Esa expresión es el resumen de las muchas conversaciones que he tenido con ellos durante las últimas semanas, en ellas me han trasladado sus dudas, miedos, enfados y desesperaciones... una escalera en la que subir cada peldaño implica engordar la factura de las pérdidas.
Y por si la carga económica y anímica, fuera poca, encima tienen que masticar y tragar la penitencia de ver a los políticos echarse los trastos a la cabeza con 'su' problema. Lo han escenificado esta semana el ministro Planas y los representantes de la Junta, empeñados todos en alimentar un pulso eterno entre administraciones con aliño de carga ideológica de regalo. El problema, básicamente el de siempre, es quién paga la cuenta de una crisis de culpable anónimo, un mosquito surgido del calentamiento global que ha decidido mudarse a latitudes más norteñas.
Paradójicamente, el argumento que utilizan todos es el mismo: la asunción de competencias impropias. El clásico 'pío, pío, que yo no he sido'. El caso es que la crisis se arrastra desde el inicio del verano y poco o nada han hecho las administraciones para aliviar la situación de unos ganaderos que tienen que hacer esfuerzos apagar, el despertador a las cinco de la mañana y no tirar la toalla al ver enfermar y morir a sus animales.
Casos como el de Ángel, uno de los cientos de ganaderos del campo charro, al que se le ha muerto su toro semental y anda loco haciendo cuentas para ver de dónde saca los 3.500 euros que le cuesta otro ejemplar. Me lo contaba mientras rumiaba su encabrone y asumía que la situación es de tal gravedad que ni le podían recoger el cadáver del animal, medio descompuesto, maloliente y lleno de moscas en uno de sus corrales. Sus vecinos no están mejor, alguno incluso tiene un relato más demoledor.
Y mientras tanto, los de traje y corbata andan enfrascados en convocar reuniones sin fecha y en reprocharse la falta de medidas. El tiempo pasa a dos velocidades, el real y el político, condicionado siempre por los intereses partidistas. La inacción como respuesta ante una crisis desconocida. No sirve de excusa la discusión competencial, los políticos están para dar una respuesta a los problemas de los ciudadanos, y este lo es de calado. Es intolerable que su respuesta sea la de 'ajo y agua'.
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