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Él vive detrás de las palabras, como si fuera un cazador de mariposas. No lo imaginamos clavándoles un alfiler contra un corcho. Si acaso probándoles alas de repuesto, por si un día les fallaran las propias. Es una rutina de veinte años.
Caminar despacito, los últimos tiempos a golpe de trotecillos, subir la cuesta y poner la bandera. Un trapo rojo que juega con el viento y que aletea sacando reflejos a un cartel manuscrito donde se lee: Poesía. Es una escalera justo allí «donde la vida cruza hacia la vida». Del Corrillo a la Plaza Mayor, que estos días se ha llenado de letras.
En 1931, Federico García Lorca celebraba la primera biblioteca de Fuente Vaqueros. «Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro», porque «bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan».
Estos días el libro es protagonista de nuestro mayor monumento. Los puestos atiborrados del 23 de abril, que son como las cabañas de paja del cuento, han dejado paso a las casetas, algo así como las cabañas de madera, llenas de novedades.
Como cabaña de piedra, nos queda el refugio de las librerías el resto del año, aunque igual cuaja esa idea de Juan Mari Montes de repartir la Plaza Mayor por meses entre libreros y hosteleros (¿verdad que sería estupendo?).
De momento, con espíritu lorquiano, yo pediría un libro y media terraza, porque bien está que los locales hagan su negocio, pero, a poder ser, sin pasar de la línea de baldosas rojas que marcaba el fin de los dominios hosteleros en los lejanos tiempos de las tres filas de mesas.
Pero este mayo disfrutamos plaza y libros. Días de sacar el catalejo y otear. Me han gritado desde sus islas, de momento, María Suré y sus 'Huérfanos de sombra' (porque me voy a imaginar que su Aldeanegra es el Cilleros donde creció mi abuelo) y monsieur Minier y su 'Lucía', porque no todos los días un superventas europeo pone el ojo en tu ciudad.
Con un «me llevo este» se desencadena la conocida liturgia del cambio de manos del libro que suele completarse colocando un punto de lectura entre las páginas del volumen aún por descubrir.
Marcapáginas que a menudo son todo un arte.
Este año, comprar en la caseta de la Universidad de Salamanca da derecho a llevarse un recuerdo de Nebrija o de Santa Teresa, que andan de aniversario. Y el Día del Libro recién pasado, uno con Bretón, Casillas y Venancio.
Pero la vista vuela al Corrillo y allí pervive, en su eterno camino a esa plaza «de vivir prodigios», el poeta de la gorra, versos en bandolera y bandera de trapo. Remigio González, Adares, nació en Anaya de Alba hace cien años.
En su afán de no hacer ruido, junto a su estatua ha pasado de largo su centenario. Quién sabe, quizá en la feria del libro de ocasión haya un marcapáginas para Remiche.
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