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Ayer fue el Día Mundial del Medio Ambiente y aunque parece que solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, la realidad es que, en este caso concreto, o le prestamos más atención al asunto o el asunto nos devorará. No es broma.

Más allá de cambios climáticos y sus efectos en nuestro mundo, con mucha influencia del ser humano, pese a que muchos se empeñen en negarla, como también que la tierra es redonda, hay un problema irrefutable que conocemos todos aunque cerremos los ojos para no verlo: el del plástico.

Las toneladas de plástico que se producen cada año son tan brutales que empieza a no haber lugar en el planeta (ni siquiera en el interior de nosotros mismos), donde no haya un pedacito de este material, contaminándolo todo. Según la ONU la producción anual asciende a 400 millones de toneladas y esto genera residuos, contaminación de las aguas, contaminación acústica, pérdida de la biodiversidad…

La gravedad de este discurso muchas veces no cala entre nosotros porque lo sentimos lejano y ajeno y tenemos la sensación de que no nos toca y de que tampoco podemos hacer nada. La realidad es otra.

Los plásticos afectan a nuestra salud. Y las afecciones van desde las cancerígenas, cardiovasculares o enfermedades del sistema nervioso y reproductivo hasta a las pulmonares. El plástico está en todas partes. Produce sustancias tóxicas en el aire y en el agua.

Los propios animales en la tierra y en el mar consumen plásticos que se encuentran en sus alimentos. Y lo mismo sucede con los suelos agrícolas. Por eso el plástico llega también al interior del cuerpo humano.

Hay millones de micropartículas de plástico en todas partes que incluso son capaces de generarnos las más extrañas e inexplicables enfermedades autoinmunes.

Hasta la propia incineración de los residuos plásticos genera sustancias tóxicas que incluyen metales pesados como plomo y mercurio y gases ácidos.

El plástico nos acorrala. Y seguimos sin querer verlo. Sin querer dejar de utilizarlo. Sin poner ni siquiera un mínimo granito de arena para solucionar este problema, que puede acabar con nosotros.

Esperamos un compromiso internacional que nos salve y nos ofrezca otra opción milagrosa. Pero el milagro, si cabe a estas alturas, pasará por que nosotros contribuyamos a provocarlo y reduzcamos los plásticos (asesinos) de nuestra vida.

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