El milagro colombiano
El hecho de que los niños conocieran la selva pudo ayudar; pero cabe pensar que también lo hizo su propia actitud ·
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El hecho de que los niños conocieran la selva pudo ayudar; pero cabe pensar que también lo hizo su propia actitud ·
Dice Carlos Páez Vilaró, uno de los supervivientes de la tragedia aérea de aquel avión de los jugadores de rugby en los Andes, en 1972, que «los niños tienen un instinto natural de supervivencia, que aflora ante situaciones adversas, al igual que todo su ingenio».
Según asegura este hombre, que pasó setenta y dos días a temperaturas bajo cero, nunca tuvo dudas de que los niños perdidos en la selva colombiana tras el accidente de la aeronave en la que viajaban aparecerían; pero debió de ser el único que pensaba de esta manera.
Ingrid Betancourt, la política colombiana que estuvo más de seis años cautiva en ese lugar creía que era imposible que los pequeños sobrevivieran.
«Allí por las noches, cuando no hay luna no te ves ni tu propia mano», contaba la excandidata a la presidencia del país, al tiempo que recordaba la humedad, los ataques de los insectos y otras penurias que los niños tuvieron que sufrir en soledad, guiados por la mayor de ellos, de trece años, tras la muerte de su madre a los cuatro días del siniestro, después de la del líder indígena Herman Mendoza y el piloto del avión, que también viajaban en el vuelo.
No se pueden comparar ambas tragedias, salvo en el milagro que supone que, en el caso de los Andes, algunos, y en el de la selva colombiana los cuatro niños de once, nueve, tres años y un bebé de once meses, fueran encontrados vivos.
Estos últimos, ni siquiera presentaban cuadros graves. Estaban desnutridos, sí, deshidratados también y con los pies maltrechos porque la humedad les pudrió el calzado. Incluso tenían alguna infección, producto de las picaduras. Frágiles, claro, pero sin gravedad.
Más allá del propio e incontestable milagro del suceso, el hecho de que los niños indígenas conocieran la selva pudo ayudar; pero cabe pensar que también lo hizo su propia actitud.
Tenían una hermana mayor, responsable, a la que seguir y esa capacidad asombrosa de los niños para adaptarse a casi todo, más aún si su educación ha estado relacionada con el medio en el que han de desenvolverse.
Con todo, es un misterio saber cómo lograron sobrevivir, alimentarse, defenderse de las alimañas, resistir al frío, al calor, a la noche oscura, al miedo… Pero la vida y la muerte son misterios. Y milagros. Y el propio ser humano, desde crío, también lo es.
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