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Si 2024 ha sido un año duro, átense los machos para lo que nos espera. No es cuestión de pesimismo, se trata de anticipar la realidad a la que tiende la política, la economía doméstica y la sociedad.
Para empezar, 2025 va a llegar con la subida del IVA de los alimentos básicos, de todos aquellos que entendemos que son de primera necesidad. Hacer la cesta de la compra se ha convertido en un verdadero sudoku para muchas familias, que ven cómo es imposible ir al supermercado sin salir depresivo. No hay más remedio que comprar comida y productos de higiene a precios que no están en consonancia con los salarios que perciben los trabajadores. Por menos de esto, en tiempos en los que los gobiernos eran otros, los sindicatos habrían paralizado ya el país. Y con razón. Para las clases medias se han acabado las vacaciones en la playa a cuerpo de rey, las escapadas culturales de fin de semana y los caprichos costosos, el remanente sobrante de comprar la comida va directo al bar. De las cañas y del tardeo no nos privamos. Y si tiene que ser en el pueblo en casa de los abuelos, más barato y mejor.
Como es habitual, y siguiendo la tendencia de los últimos meses, la luz seguirá subiendo y lo mismo ocurrirá con el gas. Resulta que aquellos desconocidos que antes eran pobres energéticos ahora son sus vecinos, que no pueden subir el termostato aunque no lo cacareen. Es un drama, y aún así no es el principal problema que tiene este país. La vivienda es el gran quebradero de cabeza. Todos los estudios dicen que el precio de una casa se va a incrementar un 10 por ciento el próximo año, así que si en 2024 era prácticamente imposible que un joven se echara la manta a la cabeza para meterse en una hipoteca de por vida, con los nuevos precios, más difícil todavía. Urge un cambio real en las políticas para el acceso de los ciudadanos a la primera vivienda. Ahorrar para poder pagar la entrada de un piso no está al alcance de la mayoría de la gente y viviendo con los padres hasta los 40 no se fomenta la natalidad… es un panorama lo bastante serio como para no hacer nada. Y lo del alquiler es peor todavía. Si tienen la suerte de que les permitan ser inquilinos pueden darse con un canto en los dientes, aunque sea a precios desorbitados, porque la ocupación y los miedos llevan a muchos propietarios a no poner en la rueda muchos de los inmuebles. Prefieren tenerlos cerrados que arriesgarse y preocuparse. Con todo este panorama luego nos preguntamos qué son esas colas tan largas que hay en el paseo de la Estación…
Pero los políticos, la gran mayoría de ellos, no están esta batalla. Ellos no saben lo que es andar apurados a final de mes o tener que compartir casa con los padres. Muchos no saben cuanto pagan de luz o de gas al mes, tienen los recibos domiciliados en la cuenta corriente y ya está. Urge que se tomen medidas para garantizar el acceso real a una vivienda, más allá de quién gobierne desde la Moncloa o desde el colegio de la Asunción. Al propietario hay que protegerle para que pueda poner sus viviendas en alquiler, eso incrementará la oferta y lógicamente los precios serán más asequibles. Y lo mismo ocurre con la venta, a las empresas no hay que crujirlas para que puedan ofrecer unos salarios más dignos, de modo que cada vez más gente pueda comprar. De la misma manera la Agencia Tributaria cuenta con mecanismos para gravar y desgravar en función de las rentas y el patrimonio.
Pero al mal tiempo, buena cara. Habrá que afrontar 2025 con el mejor espíritu posible, con fortaleza y con la idea de que vendrán tiempos y políticos mejores, que tendremos nuevo Gobierno y que la vida, como diría Andrés Montes, puede ser maravillosa. Mientras tanto, feliz año duro.
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