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David Serrada tiene que estar pasándolo mal estos días. Hace apenas unas pocas semanas, en una entrevista con LA GACETA declaraba con contundencia que le repugnaba la corrupción en el Partido Socialista. Lo decía con sinceridad, por eso no sé qué pasara por su cabeza ahora que a los casos Koldo o Ábalos se les une Leire y sus grabaciones. Unos audios que asquean a cualquiera que no esté podrido por dentro. El líder de los socialistas salmantinos añadía además en esa misma entrevista que le repugnaba todavía más que hubiera medios y partidos que silenciaran la corrupción de manera interesada. Imagino que Serrada ahora estará fumando en pipa contra los suyos, que ni siquiera han salido a defender a la UCO y al fiscal anticorrupción. Ni una palabra pública, ni un comunicado de condena a la actuación de la señora Leire y solo críticas a la oposición, cuya labor es la de fiscalizar, y al mensajero que se encarga de destapar los escándalos.
El secretario general de los socialistas, al que tengo por un tipo listo, moderado y cabal, no podrá expresar públicamente sus verdaderos sentimientos porque ya se sabe que en política el que se mueve no sale en la foto. Eso sí, a nivel interno tiene la obligación de velar por la viabilidad de la formación política que representa sus valores y los de cientos de miles de salmantinos que la han apoyado desde 1879. Cada día que el sanchismo suma en Moncloa es un día menos que le queda de vida al PSOE y un puñado menos de cargos electos para las siguientes elecciones. De todas formas, Serrada se ha cuidado mucho en no salir a defender lo indefendible. Eso es de agradecer.
Con todo estas corruptelas y una hipotética caída del Gobierno de Sánchez, que solo se tambalearía si de verdad Izquierda Unida quisiera, el gran vencedor sería Alfonso Fernández Mañueco. Un adelanto electoral le vendría de perlas para que las elecciones autonómicas sean parte de ese plebiscito a Pedro Sánchez. Ni es lo mismo convocar a los ciudadanos de Castilla y León para elegir al presidente de la Junta que hacerlo para echar a Sánchez de la Moncloa y de paso meter una papeleta en otra urna con la que demostrar el rechazo a sus secuaces.
Fernández Mañueco, por si acaso, está preparado para apretar el botón del pánico. El salmantino ha sacado su espíritu más generoso y nos ha anunciado transporte gratuito precisamente en la antesala de las elecciones. Esta medida, que tiene un gran poso de populismo, viene a imitar lo que hizo Pedro Sánchez con los trenes. Imagino que Mañueco habrá calibrado el gasto ingente de dinero que supone una medida de esta envergadura y le saldrán los números. Yo estoy en contra del gratis total, aunque entendería que la medida se tomara para fomentar el empadronamiento en los núcleos rurales. Más allá de eso lo considero un despilfarro. Si a los ciudadanos se les regala todo terminan por no valorar el alto coste que tiene el mantenimiento de los servicios públicos. Un precio simbólico tendría mucho más sentido.
La medida de la Junta de Castilla y León, que es arriesgada, es inteligente si lo que se busca es evitar que el oponente político tenga armas para destruirte. El PSOE de Castilla y León no le va a poder poner una objeción a la ocurrencia de Mañueco porque seguramente sería una de las iniciativas que les habría encantado poner en marcha de llegar al Colegio de la Asunción.
Mientras el socialismo de toda la vida languidece en la provincia y Serrada no tiene más opciones que el silencio, Mañueco se rearma para dar al PP cuatro años más de Gobierno en Valladolid. Quién sabe si todos ellos con él de presidente.
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