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La catástrofe del Levante ha puesto de manifiesto que sobra mucha administración, falta diligencia, sentido común y alguien que tome la dirección en momentos de dificultades.
Cuando ocurre un desastre de esta magnitud es cuando se ponen de manifiesto las carencias. Sobran políticos, los que se noquean o los que huyen para eludir responsabilidades. ¿Qué más le da al ciudadano que paga sus impuestos religiosamente que las competencias sean de una o de otra administración? Lo que exige es que se actúe con rapidez y que se pongan al servicio de los ciudadanos todos los medios que tiene España, sean del Gobierno central o de los 17 reinos de taifas o de los ayuntamientos. Eso sí, con un mando único que sepa ejercer y el resto, a obedecer, porque ya se sabe que cuando hay muchos a mandar, las responsabilidades se diluyen y nadie hace nada.
La gestión de las consecuencias de la DANA ha sido nefasta. No se salva nadie. Y lo más indignante es ver cómo se echan la culpa unos a otros. Que si el Ministerio de Teresa Ribera, ministra que se despide como una gestora funesta; que si la Confederación Hidrográfica del Júcar no avisó a tiempo -por cierto, el funcionamiento de las confederaciones hidrográficas, independientemente de esta crisis, también merece un análisis, porque hay quejas de su inoperancia en todas las provincias y nadie sabe quién es competente para limpiar los cauces de los ríos, por ejemplo-, que si la UME tenía que tener o no permiso para entrar a actuar en una Comunidad Autónoma o que si el presidente de Valencia entró en pánico y no supo ni cómo actuar desde el minuto uno, ni cómo pedir ayuda. En definitiva: desolador.
Lo que ha ocurrido en Valencia no tiene solución, pero sí hay que aprender para no volver a cometer los mismos errores, con una catástrofe natural o de cualquier otra índole. De todas formas, todavía hay tiempo para mejorar, para paliar los daños a los damnificados y para ayudar a restablecer lo antes posible la normalidad dentro de lo que se pueda.
Al ciudadano no le importa quién es la administración competente para tomar el mando y si hay que decretar un estado de alarma o una emergencia nacional. Le importa que actúen.
No es momento de culpabilidades, sino de gestionar con más eficacia la reconstrucción de todo un territorio. Pero sí habrá que depurar las responsabilidades, porque si nuestros gobernantes estuvieran a la altura, una vez pasados los primeros días de esta grave crisis, dimitirían. Desde el presidente de la Comunidad valenciana, al que todo le ha venido demasiado grande, al presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, que una vez más se ha intentado zafar de todo, eludir responsabilidades y salir corriendo. El motivo de las dimisiones: su manifiesta incompetencia.
Por cierto, presidente, cuando necesite dinero para pagar los más de 1.500 asesores que tiene o a los 22 ministerios inoperantes con los cientos de secretarios, subsecretarios, directores generales y demás, pídalo y si me dan a elegir, le diré que no cuente conmigo, aunque ya sé que sí o sí tendré que pagar.
Los ciudadanos queremos menos gobernantes y más eficacia. Los miles de voluntarios que estos días han ido a Valencia, que en muchas ocasiones han actuado como pollos sin cabeza y en otras, han entorpecido la labor de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, lamentablemente han tenido que ocupar el vacío y la dejación de funciones que ha dejado el Gobierno de España, porque que yo sepa, Valencia es una parte del territorio de España y nadie le pregunta si quiere o no pagar impuestos.
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