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Dice el refrán castellano que algo tendrá el agua cuando la bendicen. Como no es el caso de la ministra de las inundaciones y las incompetencias de las confederaciones hidrográficas, Teresa Ribera, ha tenido que salir el presidente del Gobierno a bendecirla. Suele pasar que, para tapar las vergüenzas de alguien, se adule de forma tan excesiva. Ayer lo hizo Sánchez sin ruborizarse.
No hay persona que reúna tantas unanimidades negativas como la señora ministra. No conozco a nadie, excepto al sanchismo, que hable bien de la próxima vicepresidenta de la Comisión Europea y comisaria de Transición Limpia, Justa y Competitiva y Política de Competencia.
Ribera ha demostrado tener el sesgo intransigente y elitista de los ecologistas de moqueta, de esos que nunca han pisado más que asfalto. Pero en su etapa final, además de todo esto, la Dana y los devastadores efectos, han puesto de manifiesto su reiterada incompetencia y la gravedad de lo que han supuesto sus políticas y sus carencias: la limpieza de los cauces y los barrancos dependían directamente de ella, los avisos desde la Confederación del Júcar dependían directamente de ella y la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) dependía directamente de ella. Ni estaba ni se la esperaba. Poco puede reprochar a la torpe y negligente actuación del presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón.
Desaparecida, como el político valenciano, en uno de los momentos más duros que ha vivido este país, Teresa Ribera se va a Europa con la sombra de la sospecha bajo el brazo. Se va odiada por todos los sectores que han tenido la desgracia de tratar con ella. «El ecologismo radical mata», ha dicho, en referencia a ella, el presidente de la Asociación Valenciana de Agricultores, Cristóbal Aguado.
Su inepta gestión como responsable última de la Confederación Hidrográfica del Duero, le llevó a aprobar un plan hidrológico de la Cuenca, vigente hasta el 2027, que generó también un unánime rechazo, fundamentalmente de los agricultores y ganaderos que han cuestionado la política de regadíos, criticado la carestía del agua y de las restricciones en las zonas regables.
Por no hablar de la sobreprotección del lobo, tanto que ha impedido que se controlen las poblaciones, perjudicando claramente a los ganaderos de extensivo de Salamanca. También ha sido la activista principal de la irracional política que pretendía imponer en la PAC y que perjudicaba claramente a los agricultores que durante años han cuidado el campo «in situ», no como ella.
Teresa Ribera no ha pisado ni siquiera el barro de Valencia. Se ha sacudido su irresponsable actuación porque ella tenía ya la vista puesta en las altas y bien remuneradas responsabilidades en Europa.
Pedro Sánchez despidió ayer a la nefasta ministra alabando su «huella indeleble» y destacando su «impresionante legado». Evidentemente que la ministra ecologista ha dejado una señal que no se puede borrar, pero desde luego nada buena para nadie, no hace falta más que ver qué colectivos la apoyaban, exceptuando a Sánchez. Aquí, en Salamanca, agricultores y ganaderos la hubieran despedido con una sonora pitada por la «huella indeleble» que ha dejado.
De cualquier modo, es muy sospechoso que el presidente del Gobierno se tire más de un cuarto de hora alabando a una persona cuando sabe que ha sido cuestionada por todos y que no ha recibido el aplauso de nadie a lo largo de los años que ha estado al frente del Ministerio. En el fondo ha ratificado a una perfecta inútil a la que se ha quitado de en medio. No la despidamos mucho, que no hay que descartar que tenga que volver para hablar en algún juzgado.
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