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No es la primera vez que les hablo de la enfermedad mental. Según las últimas estadísticas en España, el psiquiatra y el psicólogo se han convertido en los auténticos médicos de cabecera. Están desbordados estos profesionales, pues nuestra sociedad está más enferma de la cabeza, del sentimiento, de asumir su posición individual ante el mundo y la compresión de su percepción ante los acontecimientos de su vida, que de otras enfermedades comunes.
Los sucesos que estamos viviendo desde el atentado de las Torres Gemelas, están poniendo al mundo en una incertidumbre reiterada que destroza las cabezas. La pandemia, las guerras, los cambios laborales frecuentes, la falta de poder adquisitivo, el problema laboral para los jóvenes fundamentalmente, la imposibilidad de independencia hasta edades avanzadas… en definitiva, la inseguridad ante un futuro incierto, están poniendo a los pies de los caballos muchas cabezas que se rompen ante una mente frágil. ¿Qué le está pasando a nuestro país para que este tipo de enfermedades se estén cebando con la población? Consumimos un alto nivel de antidepresivos, en esta España que siempre se ha caracterizado a lo largo de la historia como una población feliz, alegre y disfrutona, a la que le acompaña un clima maravilloso y que, por todo ello, siempre hemos sido objeto de deseo de otros países de nuestro entorno. Tal vez se debería hacer una gran reflexión por parte de todos los partidos políticos para analizar las causas, poner remedios y dotar al sistema de más profesionales que detecten los problemas antes de que estos tengan como única solución, la medicación. Este ojo que observa siente que el miedo es el gran caballo de batalla. Miedo al fracaso, al no estar a la altura, a no triunfar, a terminar en el saco de los juguetes rotos de una sociedad que no ha sabido preparar a sus individuos ante la adversidad, la enfermedad, la pérdida, el volver a empezar…
Decía el poeta Rudyard Kipling: «… Si sueñas y los sueños no te hacen su esclavo;/Si piensas y rechazas lo que piensas en vano;/Si saboreas el triunfo y llega tu derrota/Y a los dos impostores les tratas de igual forma;/Si logras que se sepa la verdad que has contado,/A pesar del sofisma del orbe encanallado;/Si vuelves al comienzo de la obra perdida/Aunque esta obra sea la de toda tu vida…» eso es para ser un «hombre» en toda su extensión, pero tenemos que aprender a caer y levantarnos. Una sociedad que exige y no ayuda a ese aprendizaje para gestionar sus sentimientos y percepciones… está condenada a las pastillas. Nuestro sistema de salud está en riesgo cierto, pues no se le está dotando de instrumentos que palíen las verdaderas necesidades que tiene la sociedad. Un país que olvida la salud mental no es un país avanzado y conduce a sus ciudadanos a una esclavitud terrible: la de «las mentes rotas» que no pueden ni gestionar su vida, ni trabajar, ni reproducirse.
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