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Galicia, mi tierra de origen, sabe mucho de lluvia y llanto. Estremece recordar a las mujeres llorando y ver su rostro entristecido, mientras les tiembla la barbilla y aprietan los labios inundadas de rabia y de dolor. Sus ojos, ya sin cejas ni pestañas de tanto llorar, ponen de manifiesto el dolor interno arraigado en lo más profundo de su corazón. Son muchas las vivencias y muchos más los recuerdos, no fueron pocas las luchas del día a día vividas con fe y con la esperanza de que la muerte no fuera el único final. ¡Cuántos momentos de soledad y angustia! Todo ello vivido en el dolor y también en la incomprensión de la propia familia que, ajena al sentir de una madre, ignora y no comprende el por qué de ciertas actitudes y comportamientos de esa mujer que siendo madre y, precisamente por serlo, aguanta sin límites y perdona sin límites, como diría san Pablo a los Corintios. Viendo a todas esas madres que hacen oídos sordos a quienes sólo aportan comentarios desmotivadores, uno entiende que lo más parecido al amor de Dios es el amor de una madre. Hoy no puedo por menos de unirme al recuerdo entrañable de todas ellas, las madres de entonces y las de hoy, con la esperanza de que fueran innecesarias mañana madres como todas ellas. Sin embargo, soy consciente de que la situación es tan dolorosa hoy como ayer y desafortunadamente, como no nos tomemos en serio la realidad del mundo de las adicciones, las madres de mañana sufrirán tanto o más. Cuando oigo en estos días pronunciar el nombre de José Ramón Prado Bugallo, más conocido como Sito Miñanco, vergonzoso y vergonzante paisano, natural de Cambados en Pontevedra, y famoso a nivel internacional por ser uno de los grandes narcos de la historia de Galicia, se me revuelve todo en mi interior y se me humedecen los ojos recordando el dolor de aquellos días. Parece ser que no está muy claro el futuro del susodicho «angelito», quizá podría quedar en libertad o, tal vez, con un poco de suerte, su vida continúe entre rejas. La justicia dictará sentencia y nos sacará de dudas, ahora bien, de lo que no me cabe la menor duda es que generaciones enteras de gallegos han pasado a la historia a una edad que no les correspondía y, desgraciadamente, no podrán salir de donde están. Son muchos los rostros que desaparecieron de mi vida a consecuencia de las drogas, algunos muy cercanos. Sito Miñanco, entre otros muchos, lo hicieron y lo hacen posible, por ello no podemos bajar la guardia ni hacer oídos sordos ante un negocio tan infame que destroza no sólo a quien padece la adicción si no a todo el entorno del cual formamos parte directa o indirectamente todos nosotros. Es necesario visibilizar un drama oculto que padecen muchas más personas de las que imaginamos y un número que poco tiene que ver con lo que las estadísticas nos indican. Hoy el llanto y la lluvia nos recuerdan que el dolor existe en muchos lugares y de muchas maneras, es tarea de todos aliviarlo allí donde se produzca, y lo tenemos que hacer entre todos.
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