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Seguro que más de uno, en cuanto ha leído el título, se ha imaginado una columna en la que el autor hablará de las ganas de vomitar que produce ver a España en este momento. Pues nada más lejos de la realidad porque cada uno es libre de tragar con todo lo que quiera. Además, la digestión de cada uno es algo muy personal, pero ciertamente es difícil de digerir la actitud y el comportamiento de muchos de nuestros líderes políticos, sean de la editorial que sean.
Claro que en otros ámbitos también desafinamos bastante, pero nos cuesta mucho reconocerlo y, por supuesto, hablar y tratar de buscar la manera de reconducir y enderezar el rumbo. Bueno a lo que iba, a la España vomitada que se ha hecho y se hace realidad tras las distintas fiestas en los pueblos de nuestra provincia y en la capital también. No son pocas las vomitonas de quienes hacen uso indebido del alcohol y otras sustancias, muchos de ellos menores de edad. ¿Dónde están sus padres? ¿Quizá vomitando también? De entrada, he de dejar claro que a mí me parece estupendo gozar y disfrutar de la alegría de la fiesta, somos unos afortunados y a veces unos inconscientes de lo que realmente significa poder vivir, compartir y sentir la fiesta. Lo triste y lamentable es como muchas veces se vive de una manera inadecuada llegando a consecuencias penosas y lamentables. Las fiestas este año en muchos lugares se subieron de tono y no sólo en el musical, porque hemos de reconocer que la música superó en horarios aquella canción de Sabina: «y nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres». Nos dieron en muchos casos las siete de la mañana, a esas horas muchos y muchas de los que y las que se supone estaban de fiesta, realmente estaban en un lamentable estado. No me lo ha contado nadie, lo he podido ver y comprobar in situ. Uno suele madrugar y se cruza con esta triste realidad, que ya nos está pasando factura, aunque muchos no lo quieran ver y mucho menos reconocer. Necesitamos echar el freno y una mirada alrededor, seguramente no hace falta ir muy lejos para darse cuenta. La pena es que nos da vergüenza o no sé qué el reconocer y aceptar que todos tenemos algo que ver en esta movida. Estoy convencido de que si los cuerpos y fuerzas de seguridad hablaran de lo que ven y con lo que se encuentran nos sorprenderían al ver lo hipócritas que somos. La música y el volumen en nuestras fiestas puede ser molesto e incómodo, ahora bien, el ruido de las bombas resulta mucho peor que eso, así pues, que suene la música y disfrutemos de ella. Sin embargo, hemos de ir más allá, ¿qué se esconde detrás de esa música y de tantas horas de supuesta diversión? El problema va más allá del consumo, llega a lo profundo de seres humanos vacíos, descontentos, desmotivados, agotados, agobiados, ... incapaces de afrontar y de exigirse un estilo de vida que supone esfuerzo, lucha y superación. Algo no estamos haciendo bien cuando la ley del mínimo esfuerzo es la que se impone y damos la callada por respuesta.
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