Votar por responsabilidad
Nos jugamos mucho en Europa y nos jugamos más todavía en España. Así que, por responsabilidad, hoy hay que ir a votar
Ya sabemos que no debería ser así, pero las elecciones de hoy tienen para los españoles una lectura más nacional que europea. Nos jugamos mucho en Europa, nuestro futuro, el del campo y la agricultura, el de la industria y el de otros muchos aspectos de nuestra vida dependientes de lo que decidan en Bruselas, pero en las especiales circunstancias por las que atraviesa la política en nuestro país, la primera lectura de los resultados será en clave nacional.
Estamos a pocas horas de conocer el desenlace de ese pulso que vienen manteniendo Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo desde los comicios gallegos a los catalanes, pasando por los vascos. Se trata de saber hasta qué punto los ciudadanos castigan o no al presidente del Gobierno por la corrupción en su entorno y cómo valoran la alternativa encabezada por el líder del PP.
Feijóo ganó a Sánchez en las generales y el PP arrasó en las gallegas, pero en el País Vasco pincharon los dos y en Cataluña se impuso claramente el PSOE, aunque los populares lograron un digno resultado. Ahora las europeas marcarán el camino hacia las siguientes generales, cuya fecha tope es 2027 pero que probablemente se celebren mucho antes, a nada que los impresentables e impredecibles socios del marido de Begoña se harten de sus veleidades.
Deberíamos haber hablado mucho de la Unión Europea en las dos últimas semanas, pero ante la brutal tensión política que vivimos en España desde hace meses y ante los ataques a los pilares del Estado de Derecho, la distribución del Parlamento europeo que deparen hoy las urnas adquiere un interés menor. Entre otros motivos, porque no está claro que las elecciones vayan a cambiar las políticas de Bruselas ni a agilizar la pesada y enervante burocracia de la UE.
Muchos tenemos la esperanza que la Unión corrija a partir de hoy el rumbo ultraecologista que tan caro nos está costando al perder la capacidad de competir. Soñamos con una UE donde no se considere a los agricultores y ganaderos como presuntos delincuentes a los que hay que atar muy corto con normas superestrictas que no se exigen a los productos que llegan de fuera de la comunidad. Una Europa capaz de recuperar su capacidad de producción industrial para alcanzar la autonomía estratégica y no seguir dependiendo de China o Estados Unidos para sobrevivir. Una Unión dispuesta a ordenar la llegada de inmigrantes, a ser solidaria sin caer en la trampa de pagar siempre el pato.
En los últimos años los españoles hemos ido perdiendo esa confianza y esa ilusión con la que entramos en el club el 1 de enero de 1986. Estábamos convencidos de que ser europeos significaría no solo una notable mejora de nuestra economía, sino también un seguro, una vacuna contra cualquier intento de recesión democrática. Ahora estamos comprobando que, si bien la parte económica 'progresa adecuadamente', como los estudiantes de medio pelo, en la política los mandatarios de Bruselas nos tienen bastante abandonados. Hay quien confía mucho en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, pero yo no me encuentro entre ellos.
El caso es que los españoles seguimos estando muy arriba en la clasificación por el sentimiento más fuerte de pertenencia a Europa. Solo nos superan los ciudadanos de Luxemburgo, Alemania e Irlanda, lo cual da una idea de hasta qué punto el desencanto y el pasotismo respecto a las instituciones comunitarias predominan en los corazones de los europeos.
Pese a todo, hoy hay que ir a votar por responsabilidad. Nos jugamos mucho en Europa y nos jugamos todavía más en España.